Tengo la esperanza de que alguno de mis lectores sea madre, y tengo la esperanza de que ninguno de mis lectores haya tenido que rescatar a alguno de sus hijos de las garras de la anorexia.
Ella es la niña de mis ojos, la hermana más tierna, la nieta más adorada por una abuela que murió hace tres días con su nombre en los labios, la sobrina que todos admiran, la compañera que todos aplauden por sus generosidad, la novia que embelesa y enamora.
Ella es una mujer en ciernes que empieza a descubrir que la comida nos reconcilia con la vida.
Me encanta verla comer una crepe con chocolate, tranquila, como cuando era niña y el espejo no era su enemigo, y me encanta mucho más verla metida en la cocina preparando una quiche de jamón y queso para su hermano cuando yo, su madre, he tenido que ausentarme para atender a una abuela corrompida por un cáncer de páncreas que se despedía de este mundo mordisqueando un melocotón.
Ella está atrapada en un espejo cruel. Ella está azuzada por una sociedad esclava de su imagen, superficial, exigente con lo trivial, irresponsable con lo esencial. Las garras de la anorexia se nutren de la inseguridad de las mujeres incipientes y se combate con la humildad.
Si tú también eres madre, no olvides nunca una buena dosis de amor en todos tus platos. Es el amor el que alimenta el cuerpo y el alma, el único conjuro contra la muerte, la anorexia, la tristeza y el inmenso vacío que dejan los que se sentaron en nuestra mesa.
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julio 31, 2010 @ 05:29
Excelente artículo. Añado tu blog a mi programa de lectura de noticias. Nos vemos!