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Biografía

Comer y viajar: de Plasencia al valle del Jerte.

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Desde la torre del  campanario del Palacio Municipal de Plasencia un hombrecillo vestido de verde controla el tiempo y su compás. Encaramado en las alturas desde el S.XVI, otea el horizonte de los valles, la Sierra de Gredos y el vuelo alocado de las mismas golondrinas becquerianas que se empeñan en volver. A ras de tierra, la plaza y sus moradores  continúan con sus mismos quehaceres de siempre desde que el rey castellano Alfonso VIII fundó la ciudad de la más alta de las Extremaduras.

Nada perturba el cotidiano fluir de las cosas: el trajín de las tablas de embutidos que van y vienen con sus coloradas morcillas y sus bandejas de jamón bien cortado, las jarras de pitarra que animan a la charla en el ocaso del día, los platos de aceitosos zorongollos con aceitunas machás, las tiernas judías verdes salteaditas con una pizca de jamón,  las chuletillas de cordero para los chiquillos que corretean entre las mesas, las piernas de cabrito asadas con su romerito y su laurel, los platillos de caracoles y las deliciosas ancas de rana, las truchas y las tencas de los ríos cercanos, escabechadas, en cazuela o en salsa de almendras, y, por supuesto, las dulcerías de la zona, como los bombones de higo y bellota o el queso fresco con miel y polen.….

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Plasencia es catedralicia, palaciega, monumental, amurallada. Como los valles que la rodean, es fértil y es amable, es rica en esfuerzo y en frutos bien ganados, es imponente como el Tajo y cordial como el Jerte, el Ambroz y el Tiétar. Tres ríos hermanos para tres valles no menos fraternales.

El más abierto de los tres es el Valle de Ambroz, comarca de amplia llanura  con encinares y pastos. Por eso, en Baños de Montemayor, famoso por sus aguas termales, es de ley probar una buena caldereta; de oveja merina, la extremeña, la que lleva en su apellido y su linaje el título honorífico de Cordero de Extremadura. La acompañamos de unas patatas escabechás a modo de ensalada, aunque hay quien prefiere empezar dando buena cuenta de la matanza anual y se deja seducir por un picadillo de cerdo y una sopa de tomate. En Granadilla, antes de tomar el camino de las ruinas romanas, nos atrevemos con una asadurilla frita, que es condumio potente, pero ideal para caminos y días largos.

Hervás conserva aún la sombra de los templarios, guerreros y místicos que soñaron con una Jerusalén para la Cristiandad al tiempo que se adueñaban, en una cruzada menos honrosa, de una gran parte de Extremadura. Mientras rezamos por sus almas pedimos que nos sirvan unas truchas con cangrejo, un cochinillo frito, una tarta de higos y unos turulillos para el camino y dejamos los garbanzos de Cuaresma para cuando llegue el momento.

El Jerte es un valle más encajado entre las sierras, con una carretera que tiende a serpentear franqueada por miles de cerezos, la joya de la corona de los frutales extremeños. El río, verde esmeralda, transparente, acogedor, conduce un reguero de bañistas alborozados por la apertura de la temporada de piscinas naturales.  Sólo hay que seguir el griterío de la chiquillada para encontrar el mejor rincón desde donde zambullirse como en los mejores sueños infantiles. Mientras, los almacenes de picotas continúan incesantes cargando  y descargando enormes pilas de cajas carmesíes que recorrerán este y otros mapas para dar a conocer las guindas de este valle afortunado.

Can Perol cerezas

En Cabezuela del Valle, después del chapuzón, nos han preparado un rabo de cerdo con tomate y un licor de cerezas que nos ha sabido a gloria bendita, aunque nos han asegurado que las carpas asadas y en escabeche no le desmerecen a ningún animal marino pasado por el fogón. En  Navaconcejo las callejuelas son estrechas, como en todos los municipios. Los balcones casi se besan los unos a los otros.  Les basta con estirar  las manos de sus flores de geranios y  sus petunias colgantes para que las sábanas se rocen. Advertimos que la variedad de sopas es más que interesante: sopas canas, de obispo, de tomate, de patata, agrias… Amén de los gazpachos, ajos blancos, de poleo, las patatas cocidas y las revolcás. Para acompañar las carnes, las chuletas de cordero en teja, la chanfaina de cerdo o el zacarrón braseado, es preceptivo un buen plato de zorongollo para ayudar en el tránsito de tanta vianda a una vida mejor.

goulash de cabra

En Jerte nos detenemos unos minutos para contemplar el alabastro del lugar y no nos resistimos a llevarnos mermeladas y licores con el sabor de este pueblo.  En Tornavacas  y su magnífico puerto de montaña hay que hacer parada y fonda si somos amantes de  la caza y sus trofeos. Pueden decantarse por unas perdices o una liebre con arroz, más humilde que las piezas con grandes cornamentas, pero generosa en manos de unas manos expertas. El pueblo acoge además el Centro de Interpretación de la Alta Montaña y La Trashumancia, vinculado a la cercana Reserva Natural de la Garganta de los Infiernos. Sin lugar a dudas, aquí, la historia y el paisaje mandan, por lo que buscamos a toda costa alguien que nos prepare una chanfaina pastoril y nos sirva unos buenos quesos de merina o verata antes de adentrarnos en la Vera siguiendo las huellas de Carlos V.

EMPERADOR CARLOS VLa Vera nos relaja la vista tras el tortuoso camino entre el Jerte  y  Cuacos de Yuste. Hemos visto saltar el agua desde paredes altísimas, resbalando por piedras tan viejas que el agua les ha borrado la cara; hemos contado miles de cerezos, robles, castaños y olivos entre prados y huertos. Nos hemos detenido ante la puerta del monasterio, pero los Jerónimos han cerrado celosamente la puerta y apenas imaginamos a un decrépito emperador haciéndole ascos a un buen bacalao al estilo de Yuste, tan germánico y carnívoro él.

Los campos de pimientos y las huertas tranquilizan los senderos, mucho menos abruptos. Los pueblos ya no se encaraman, se extienden, y gozan de un clima suave que tanto sirve para secar y ahumar el mejor pimentón como para que pasten los corderos y crezcan los trigueros. En Pasarón de la Vera, justamente, desayunamos tortilla de espárragos trigueros, una ensalada de pimientos y  unos calostros de leche de cabra, que es una manera muy mediterránea y extremeña de entender un primer almuerzo saludable.

En Garganta la Olla buscamos los famosos cangrejos del Tiétar en salsa y nos aconsejan también que probemos las habas con jamón, las patatas aborregás y una sopa de cachuela, que debe su nombre al antiquísimo plato de las matanzas del guarro extremeño. Jaraíz de la Vera es pródiga también en calderetas de cabrito, calderetas veratas, arroces con conejo y hasta una curiosa entomatá de lagartos. Todo, huelga decirlo, con profusión de majado con pimentón. Aldeanueva de la Vera tiene unas espléndidas frituras de lechecillas (mollejas) de ternera, hornazos dulces, flores y rosetas de postre, mantecados y perrunillas. En Robledillo nos animamos con un potaje de garbanzos, que no se diga que el visitante desprecia las legumbres y espera mantenerse a base de cordero e ibéricos… El almuerzo  en Jarandilla de la Vera es, a todas luces, uno de los mejores recuerdos que conservo de Extremadura. La menestra que me sirvieron llegó directamente de la huerta metida en un cesto de castaño; la tabla de quesos con su cuña de queso de Ibores cubierto de pimentón presidiendo lo mejor de la cabaña nos abrió el apetito, ya de por si en su punto álgido, para saborear unas carrileras de cerdo ibérico tiernas como la manteca. Bastó un flan de cerezas y un blanco del Guadiana para poner punto y final en esta ruta por lo más fértil de Extremadura.

Fragmento del libro Ruta gastronómica por Extremadura, Inés Butrón


3 comentarios
robots piscine

noviembre 8, 2010 @ 17:30

Reply

This write up is nice. I’ll post in my blog and translate it in French.

Long Neas

noviembre 17, 2010 @ 18:43

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Exceptional piece of writing and genuinely assists with comprehending the article much better.

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Por Ines Butrón
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