Miguel Hernández escribió el más hermoso poema del hambre español. La cebolla, grande y redonda, escarchada y pobre, tristísima compañera del llanto, eco de un estómago vacío, inundó el país de niños amamantados con su azucarada savia. Con unas cuantas aceitunas de Aragón, una cebolla asada y un pedazo de pan en cada bolsillo, los raquíticos niños de la posguerra jugaron a ser mejores que aquellos que flotaban panza arriba en el Ebro. En misérrimos gazpachos, sopas, o en asaduras de pastores y porqueros, la cebolla endulzó las horas más amargas. Ajo y cebolla, vilipendiados y crucificados aquí y allá por paladares finos, se crecieron ante la adversidad: se tornó morada en Vizcaya, suave y rosada en el Figueres surrealista, alargadita y esbelta como quinceañera en la huerta murciana; minúscula como caramelitos de café con leche en su versión afrancesada de la echalotte; y blanca, con brillos y lazos de primera comunión, se descubre la tímida cebolla en las tierras del Baix y el Alt Penedés.
Cuando San Antonio Abad, bien cebado de matanzas, recoge sus bártulos y sus hogueras camino del santoral, en Catalunya se celebra, con mayor boato y gloria que la que recibió el patrón de los carniceros, el festín laico del calçot.
Esta variedad de cebolla tierna es hija de cada uno de los brotes de la cebolla blanca tierna tardía de Lleida. Una vez enterrada la cebolla madre, cada uno de estos brotes dará lugar a un nuevo bulbo que el pagès, con la paciencia del santo Job, enterrará, tapará- calçarà- para impedir que la luz roce a la nueva cebolleta o calçot. De esta manera se consigue el blanco inmaculado, el sabor dulce y la ternura que caracterizan a estas cebollas con I.G.P.
Rebozadas o a la brasa, acompañadas de una salsa romesco, un porrón que no esté nunca quieto y algo de tocino en sus versiones más sofisticadas, constituye un festín para miles de personas que acuden en romería a Valls el último domingo de enero. Es el banquete más marrano del año, la Danza de la Muerte de todas las comilonas habidas y por haber: aquí el rico y el pobre comparten mesa de hule, llevan gigantesco babero, se tiznan los dedos, les repite el ajo a media tarde y les chorrea el vino por la barbilla a la que se descuidan. Los parientes y los seres queridos inmortalizan la ridícula glotonería del suegro, el cuñado o el jefe. Lo cuelgan en las redes sociales para mofa y escarnio de los protagonistas que deciden volver a las formas encopetadas del buen comer cuando ya es tarde. Toda una manera de vivir y de comer más próxima a la rauxa que al seny.
Una loa a la cebolla del llanto y la muerte próxima. Una catalana forma de comunismo alimentario que ama el burgués, el proletario y el campesino siempre que el vino sea del país y las butifarras no estén muy hechas.
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febrero 17, 2011 @ 11:36
Felicidades por este blog y todos los artículos que se han escrito. Muy ameno y con una buenísima información.
atable
marzo 8, 2011 @ 15:07
Una lástima no haberos conocido antes. Hace poco estuve por la capital y me hubiera gustado comer algo en buena compañía.