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Biografía

COMER PARA PENSAR: EMPACHO INTELECTUAL

lisa

Por cuestiones de trabajo, hojeo en estos días multitud de textos relacionados con la cocina de vanguardia, sus relaciones con el arte, la ciencia e, incluso, la filosofía. Parto de la base de que siempre he considerado la cocina como una forma de expresión,  artística o no,  y una de las mayores fuentes de placer  y de conocimiento. Admiré profundamente la revolucionaria visión de la cocina de Adrià, pero el libro que tengo entre manos me parece una vuelta de tuerca innecesaria, es insufriblemente elitista, deshonesto, empalagoso, vacío de contenido, un producto  con aspiraciones pseudointelectuales, y, en definitiva, una  estrategia de márqueting más para el imperio Bulli y la Documenta Kassel, punto de partida de este libro.

La invitación de la Documenta Kassel a la cocina de El Bulli  impulsó el estilo culinario  de Adrià y seguidores a las más altas esferas del arte; aquel que la gente corriente no entiende, ni aprecia, ni, probablemente,  emociona lo más mínimo, pero es la que alaban las élites. Nadie se atreve a ser el  niño deslenguado que dice “El rey va desnudo”. Para justificar semejante acontecimiento el autor de Comer para Pensar nos sitúa en el contexto histórico del momento, relata paso a paso cómo y porqué se tomó la decisión, busca y rebusca entre las definiciones de arte alguna que encaje con su argumentación, nombra una y otra vez a Duchamp y su arte conceptual; compara la cocina con otras artes y opina de esta guisa: “Los fotógrafos artísticos de alimentos se extienden como una plaga por las revistas de moda, pero una imagen de algo sorprendentemente comestible no es necesariamente arte”. Me quedo perpleja. No puedo imaginar qué sería de Adrià sin su cohorte de fotógrafos. No contento con ello, prosigue  el autor  comparando la música con la cocina y afirma: “Comer supone una mayor implicación que escuchar ya que la participación física y las reacciones individuales requieren un mayor grado de responsabilidad. También requiere la presencia encubierta del artista, el autor, para logra la consumación”.  Conclusión: la  deconstrucción de la menestra en texturas  supera con creces a cualquier sinfonía.

A partir de ahí el autor se vuelca en una apología de la creación culinaria presentándonos a una especie de genio que entra en un éxtasis creativo que sólo comprenden otros artistas ( Barceló, Hamilton), científicos ( H. This) y gente del mundo de la política y las finanzas que son los que pagan las Maniobras Orquestales en la Oscuridad.  El autor, entonces, se embala y se convierte  en  el doble de la Rana Gustavo y nos deleita con un episodio de Ábrete Sésamo  dedicado a  los sentidos, la lengua, el paladar, el estómago, la izquierda, la derecha, arriba y abajo. Aquí entramos en terrenos de enjundia culinaria sólo para lectores de  Brillat –Savarin y los amantes de  la corriente tecno-emocional. La molecular la dejamos para otro día.

Ya tenemos, pues, a un cocinero culto, genial, prestigioso, lector de Levi-Strauss; un artista comme il faut que decide, tras la amable invitación de la Documenta  Kassel, que él no se mueve de Roses. Si los alemanes quieren ver El Bulli, que vengan a casa. Vamos, que si la montaña no va a Mahoma, Mahoma va a la montaña. Así, el organizador del evento selecciona cien personajes de la élite cultural y artística para que vayan al restaurante, se les solicita que redacten  un comentario tras la comida, incluso se obliga a la camarera a que tome notas de las reacciones de estos comensales tan selectos y adocenados. Nada se deja al azar. Acto seguido el autor escoge “elogios” como el siguiente:

Me produjo una especie de síndrome de Stendhal de disociación, un estado de ensoñación surrealista y una regresión a la niñez, como si estuviera recibiendo el celestial alimento del pecho materno. En mi mente surgió inmediatamente el concepto lacaniano de Jouissance, de exceso. La obra presenta una exigencia absoluta y, como comensal, me sentí arrastrado hasta el límite de lo familiar. Yo no sé cocinar pero mi pareja, que  sí se considera a sí mismo cocinero, comentó que sería muy difícil intentar siquiera hacerle justicia y a lo que significa desde la posición de aficionado que adopta todo aquel que no es un verdadero artista.”

Conclusión: si usted no está familiarizado  con la historia del arte, con el psicoanálisis, la obra de Proust y no tiene veleidades de artista, ni se le ocurra abrir la boca.

El siguiente texto es pretendidamente un nuevo “elogio”. Subrayo en negrita todas aquellas palabras sospechosamente negativas:

“Querido Ferràn:

Te escribo para agradecerte la generosa hospitalidad que ofreces en tu mesa. La experiencia fue curiosamente desorientadora. Me esfuerzo por encontrar una palabra para definir el propio acontecimiento: no fue ni una comida ni una cena, la experiencia no tuvo nada que ver con los alimentos, la nutrición o el sustento. Y aún así, nos sentamos a la mesa como si estuvieran presentes todos  o alguno de estos elementos.

Y aunque el paladar iba cobrando importancia y la vista parecía el objetivo principal, el estómago también estaba implicado directamente. De ahí la sorpresa, el placer, el deleite sensual, la repulsión, la irritación, la incomodidad, el cansancio, el asombro y el estupor. Y para mí se produjo un momento proustiano deliciosamente inesperado cuando probé las caléndulas sobre lenguas de mango y me sentí transportada a un paisaje de mi infancia: el recuerdo de estar tumbada en el suelo de una iglesia, después de una boda, comiendo, por puro aburrimiento, los pétalos dispersos de las flores”

Yo no me atrevería a preguntarle a esta señora si estaban buenas las caléndulas….

El libro añade las biografías de los comensales cultísimos llegados desde Alemania. No aporta nada al trabajo, pero llena páginas.

Entresaco algunos de las perlas de la conversación de sobremesa:

“El bizcocho esponjoso de miso se asemejaba a algo que podrías encontrar en un garaje o debajo del sofá”

“Anoche, para mí, Ferràn fue como un vampiro, me chupó mi energía vital y yo hice lo mismo con la suya”

“Éramos  como pequeños antropólogos: fue una experiencia introspectiva”

¡Que alguien me traduzca esto, por favor!

Ferràn Adrià dijo en una entrevista que me concedió en diciembre de 2004 en su taller del Bulli que la cocina era cocina y el arte es arte. ¿Por qué empeñarnos, entonces, en llevarle la contraria? ¿Por qué no asumir que la cocina es un placer que no necesita tanta pedantería para ser disfrutada? Si a mí me pidieran que analizara todo aquello que siento mientras como o  hago el amor (el mayor de los placeres, antes y después de comer) lo dejo todo y le doy una mano de pintura al techo.


7 comentarios
deivid

marzo 13, 2011 @ 10:55

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valiente y poco habitual tu punto de vista! yo también estoy hasta el gorro de tanta papanatada y por eso miro para otro lado, hacia una gastronomía de pelo largo y pantalón campana, mucho más feliz! suerte!

Francesc Chicón

marzo 16, 2011 @ 08:35

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Excelentes reflexiones, ha sido un placer conocer este blog

Saludos!

Francesc Chicón
http://misrestaurants.blogspot.com/

atable

marzo 16, 2011 @ 14:01

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Un saludo, Francesc. Me encantó la mesa de Faves comptades. Lo añadiré a mis «favoritos». Yo también me formé en la escuela hofmann en el 2003.
Inés B.

Arquestrato

marzo 25, 2011 @ 11:32

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La última desmesura de otro blog, me ha servido para conocer el de usted y me ha encantado su modo de argumentar y el bagaje de conocimientos que supone. Enhorabuena.

atable

marzo 25, 2011 @ 11:37

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Muchas gracias. Creo que estamos entrando en una especie de hartazgo de ciertas posturas que no se sostienen de ningún modo, por muy elaborado que parezca el discurso.

PASK SELVA VIRGEN

diciembre 27, 2015 @ 08:43

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Si te cansa o aburre leer, pues NO leas. Pero si mola, ojea mi jarabe deletreado apto para tu mente:

https://conociendoapaskselva.wordpress.com/
.
ASÍ DICEN QUE SERÁ

Ines Butrón

diciembre 27, 2015 @ 19:21

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Así lo haré. Gracias!

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