Hoy, primero de agosto de 2011, ante la inminente llegada del bochorno anual, aparco todos mis proyectos culinarios que con tantas dosis de ingenuidad y buena voluntad he ido planificando para la llegada de este momento y decido dedicarme a la vida contemplativa: contemplar cualquier pantalla, contemplar el paso de las horas, contemplar las páginas de las revistas que me aburren, contemplar las páginas de los libros aparcados, contemplar los coches que cruzan el asfalto semiderretido, contemplar las macetas de begonias mientras espero eternamente el autobús que nunca llega…
En la cocina no hay más que apatía y gazpacho, desgana y champiñones a la plancha, aburrimiento y caballas, pereza y berenjenas fritas; dietas milagro, milagros en botes de yogurt, calorías contadas. Sudor y asco.
El horno está vacío por vacaciones. Si hubiera leído a Clarín, su negra boca me diría ¡Adiós, Cordera! y yo me alejaría de él con mis paletillas de cabrito y mi hierbabuena hasta que llegara una rachilla de viento fresco que me levantara el delantal de levante. La nevera huele a boquerones en vinagre, blanquecinos, amortajados, a sardinas y a vinagrillo. La casa entera bosteza, las promesas de los sabores de verano se desvanecen, cocinar cuesta sudor y lágrimas y esto no es una metáfora.
Leo blogs de gente que no suda y dice cosas preciosas sobre las sopas frías, los escabeches de perdiz, los blinis con crema de aguacate, los aspiks de verduras y frutas bailarinas, los gin tónics en gelatina, las recetas frescas, los cupcakes de colorines, las quiches de salmón y espinacas. ¡Qué linda tu cocinita, doña! Una cocinita de cartón piedra, de plató de televisión, de restaurante estrellado con estagiaires y mar al fondo. Yo, en cambio, tengo un horno que me amenaza con escupirme a los ojos la última salsa de tomillo hirviendo, una olla a presión que da vueltas frenéticamente a los garbanzos cuaresmales; un microondas que cocina comida insípida, aburrida, hospitalaria; una horrible cocedera al vapor de silicona con forma de torpedo que me deja el bacalao desabrido, una monísima-inútil-carísma- plancha-grill- enganchada a un cable eléctrico para preparar en la terraza alegres comidas para moscas.
El congelador es una nube de vapor helado donde encontrar refugio, el escondrijo de la voluptuosidad televisiva. Algunas patatas y alguna ensaladilla han hecho su agosto en mi congelador donde nunca antes tuvieron cabida. En la despensa pululan las sardinillas en escabeche, la melva canutera, las anchoas de Santoña, los espárragos navarros y los que me la dieron con queso, los pimientos del piquillo, las aceitunas gordales y las de Aragón, la alubia cocida, del Ganxet o del Barco, el berberecho caro y enano, el bonito del Norte, las tostaditas Melva, una lata de foie de oca de las navidades pasadas y una piña en su jugo que algún día haré con un solomillo de cerdo ibérico, supongo.
Mientras, la mística de agosto me invita a la vida contemplativa y el ayuno. Cuando caiga la tarde saldré a buscar, como todo español que se precie, una terraza y una cerveza helada. Un platillo de jamón- ibérico- bastará para saciar el hambre, que una leyó el Cántico Espiritual, pero tampoco es para tanto.
Mapatxe77
agosto 10, 2011 @ 07:56
Los que en Agosto parece que están haciendo su ídem son los amigos de lo ajeno…
http://www.elcorreo.com/vizcaya/v/20110810/pvasco-espana/banda-especializada-desvalija-restaurantes-20110810.html