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Biografía
Cocina Inés Toñín

COMER EN TIANA: UNA CASA Y UN JARDÍN

En 1984  Barcelona vivía   de espaldas al mar. El Rey de la Gamba gobernaba con  despotismo no ilustrado sobre la fritanga turística. La Barceloneta aún no tenía paella con D.O., a Can Ramonet, Ramona y Ramón vendían anchoas y vermut a la parroquia desde 1952,  pero  en los balcones  sombríos se tendía una mísera ropa. Las  barcas se resquebrajaban en la arena de puro hastío, algunas pocas sípietas de platja y alguna brótola los días de calma chicha para los  restaurantes  que enarbolaban la bandera de los platos marineros y localistas con los que seducir a  los barceloneses del Eixample.

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El mar, en cambio, empezaba al norte de  Montgat y se deslizaba a través de  playas y  calas hasta Arenys de Mar por una costa que nada tenía de abrupta ni de brava, pero albergaba el sueño cándido de una vida placentera,  del  balcón frente al mar, el  huerto florido, la viña, la casa y el jardín.  El Maresme, lugar de veraneo de las familias burguesas del área metropolitana, lucía esa estética  noucentista que preconizaba una Catalunya clásica, civilizada, europeísta. Cada pueblo de la costa, despensa marítima en primera línea,  tenía a su vez una población interior que hacía las veces de  mirador y  de  huerto gentil.  El viento del norte, frenado por la sierra, permitía cultivos lustrosos, sobre todo en la primavera, cuando las temperaturas suaves y las lluvias bajaban abundantes por las rieras y regaban las matas de guisantes, habas, calçots,  tomateras, hileras inmensas de judías, frutales, y, sobre todo, viñedos.

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Hace 25 años, en el recién estrenado hogar, desde este jardín en el que aún puedo escribir  sin  pretensión vana de  carta de ciudadanía, se  atisbaba un paisaje idílico, edulcorado con poesía de Lola Anglada y Josep Carner:

El sol ha desplegat el seu mantell de coral i pedreries. No resta un bocí de nit: tot és roig i arreu tot brilla. Les mongeteres s’abillen de maragdes; les canyes que les sostenen s’engalanen d’or; la terra esdevé roja i s’escalfa.

Lola Anglada. Monsenyor Llangardaix.

hace 25 años,   rodeando un pueblo lento como la sombra de un reloj, se entremezclaban   las viñas de la pequeña D.O. Alella con las orondas copas de los pinos, los flamantes invernaderos de flores, los fresones más jugosos, las tórtolas cursilonas del verano y el faro omnipresente de la Cartoixa de Montealegre. Las masías, reconvertidas muchas de ellas en restaurantes- Can Roca, Mas Blanc, Mas Corts-, se mantenían gracias al deseo de un nuevo cliente -alejado del mundo rural por imperativos del progreso-  de  comer aquello que aún  iba escampando tierra desde el huerto  o el corral a la cocina, la voluntad difusa aún de trazar un mapa de identidad gastronómica. Ya en el año 2004, en plena eclosión de la vanguardia gastronómica, las bibliotecas municipales del Maresme tuvieron  a bien recoger  un breve recetario de la comarca que aún conservo y del que  ahora entresaco recetas tan genuinas como Les Peres Farcides de Alella, o Els Peus de Porc de l’àvia Bruguera, un antepasado de la Neus Tarrascón que cocinó para muchos en los tiempos del Bar Tiana.  Sin más.  Un bonito fragmento de Néstor Luján extraído de su edición en la Campana de la Gastronomía Catalana presidía el volumen:

La gente que amamos la vida y sus placeres queremos ser incitados y tentados civilizadamente. I creo que la gastronomía es una de las formas más civilizadas de la sensualidad. Y yo de sensual, gracias a los dioses, lo soy, y mucho.

Eugeni d’Ors, civilizado catalán donde los haya, hubiera asentido con el mentón.

Y es que  Tiana, la suya y la mía, la  Tiana romántica de Albéniz y la noucentista de Lola Anglada, fue en su día una villa ajardinada y cordial, de escaleras, balcones y gatos siesteros; un pueblo dividido entre el Casal y el Casino, un ovillo de calles empinadas   donde las bodegas  Parxet ponían el toque de modernidad y buen gusto al rústico lugar que un día pisaron las tartanas de Lo Peral por el único camino que comunicaba a Tiana con  su destierro del mar.

Una pizca de  burbujeante afrancesamiento  venía bien a este pueblo  de tranvías mansos, novicias de leyenda, cartujos blancos, bohemios con apellidos ilustres, artistas con hambre, colonos a su pesar, urbanizadores sin escrúpulos, ermitaños alegres.

En este jardín en el que aún como y, a veces,  escribo,  y en el que cada año espero la explosión de mis viejas  hortensias; en el confín, ya demasiado cercano,  del  área metropolitana,  se  celebra la cuarta edición de las Jornadas Gastronómicas. Cada restaurante participará con su versión culinaria  y creativa- como mandan los cánones- del paisaje que le envuelve y pondrá, a su lado,  una copa de aquel vino que simbolice este terruño delicado, vigilado  desde las alturas celestiales por Sant Cebrià del acoso del urbanismo despiadado, pero decidido a perpetuar la tradición de sus ancestros a través de una buena mesa.  Amén.

 


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Por Ines Butrón
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