Ingredientes para más de dos:
Un pollo de 1’8 Kg.
10 cigalas
200 gr. de cebollas
300 gr. de tomates maduros
20 gr. de harina
un manojo de ajos tiernos o una cabeza de ajos
50 gr. almendras
50 ml. de vino rancio
2 carquinyolis
1 onza de chocolate negro
sal y pimienta
Elaboración: Asegurarnos de escoger un ejemplar joven, criado con mimo y grano, maíz y sol. Observar sus hermosas patas azules, sus pechugas firmes, sus alas rojas; doradas las crestas, altivas.
Arrancarle la libertad bajo promesas falsas y encerrarlo de por vida en jaula ( de oro) junto con otros especímenes ingenuos. Cebarlo a nuestro antojo, agasajarlo, abrumarlo con fastos hasta conseguir que de nuestra mano coma. Llegado el momento, no vacilar, violar sus espacio, retorcedle el cuello con giro certero para que cese el lamento, el cacarero odioso; para que no piense, para que no sienta. Ejercer una violencia sutil.
Cortar en dos partes iguales la víctima propiciatoria. Arrancar su pequeño corazón, sin contemplaciones, limpiar el buche y dejarlo inmaculado, sin restos de hiel. Guardar el hígado para ennegrecer otras salsas vírgenes. Cortar su joven cuerpo en trozos y embadurnarlo de harina.
En una cazuela, prisionera de su nueva vida, dispuesta al sacrificio, se freirá el ave majestuosa en aceite de oliva hasta conseguir un bonito color dorado. Reservar en un lugar apartado, ignorarla.
En la misma cazuela, añadir y sofreír animales ajenos a la especie, animales bravos, de pinzas temibles, dispuestos a un duelo feroz. Reservar .
De nuevo en la cazuela, cortar la cebolla muy menuda, llorar si fuera necesario, en silencio. Añadir el rencor – insistente, repetitivo- de todo guiso: los ajitos cortados menudos. Esperar a que se rehoguen y después volcar los tomates rallados, con rutina, con desgana, el mismo gesto mortecino de siempre. Añadir las hierbas, una pizca de nostalgia, recuerdos de juventud campestre: tomillo, laurel, romero, tal vez. Volcar el vino y dejar que el alcohol se evapore. Nunca debe faltar alcohol, el brandy también puede servir. Beber el resto a escondidas….
Introducir en la cazuela el pollo, las cigalas y una picada que golpearemos con rabia repetidamente hasta hacerla añicos. El resultado, sin embargo, ha de ser imperceptible, de una armonía dulzona, cursi, romanticona, infantil: los carquinyolis, las almendras y el chocolate. Añadir agua hasta medio cubrir el guiso y dejar que todo cueza una media hora. Servir cuando haya reposado unas horas y todos los aromas y gustos se hayan entrelazado en una familia feliz, insoportablemente unida, armoniosa y mortal.
Posar todos juntos en una foto con una sonrisa falsamente feliz y enviar la postal para el día de san Valentín con un frasecita célebre que rece lo siguiente: No hay amor más sincero que el amor de un cocinero. Siempre tuyo. JP.