Imagen para el Libro «La Cuina a Cadaquès» de Andrea Resmino
La Cuina a Cadaquès, el libro que tengo hoy entre las manos, bien podría ser una pequeña ruta gastronómica por uno de los pueblos más bellos de la costa catalana. Como Joan Roca, cocinero y prologuista de este libro cuya finalidad es que sus beneficios vayan a parar a Càritas, todos tenemos recuerdos, culinarios o no, ligados a este enclave único, aislado durante años, bravo en su carácter y en el de su paisaje, elemento indispensable en el imaginario del surrealismo internacional desde que el pincel de Dalí encontrara cobijo en sus calas. Sus cuadros y su vida, es ya obvio, no sólo pertenecían a un movimiento artístico, sino a un modus vivendi peculiar modelado por unas gentes y un paisaje que no existían en ningún otro rincón del mundo, escondidos, como un tesoro de piratas, hasta que los amigos artistas del pintor y una clase social burguesa y divine lo redescubrió.
En la Cuina a Cadaquès: Roca recuerda como sus ojos vieron por primera vez el Cap de Creus en un obligado bivac de juventud. Con la piel llena de salitre y tramuntana, seguramente ya intuyó que, algo más tarde, cuando pudo pisar el Motel Empordà y leer a Plà, de aquella tierra y aquel mar agreste y libre iban a surgir muchos de los mejores productos de su cocina. Quizás ya, entonces, en medio de ese viaje iniciático que es la juventud, somnoliento y absorto por la belleza del parque natural, al raso y sin nada más que unos sueños en el bolsillo, Cadaquès se coló en sus fogones sin darse cuenta.
También esta lectora que ahora escribe esta pequeña reseña le debe mucho a la Cuina a Cadaquès, tanto como la chispa inicial de una familia que se forjó en ese punto de la Costa Brava en una noche de San Juan, tras una cena en la que se me sirvió un suquet de cap roig memorable. Ahora, la primera piedra de este hogar ( luego vinieron los demás, de otros lugares -siempre ha de ser así-, no menos poéticos y mágicos) ya tiene 27 años. A veces, mirándola, pienso que algo queda en ella de es fiero y bello pescado de roca que sólo se deja domar por algún paciente cocinero. El amor, la paciencia y la cocina siempre van de la mano, se forjan a fuego lento, se degustan sin prisa, en momentos serenos, ganan sabor y conocimiento cuando reposan y dejan que todos los ingredientes armonicen sus sabores.
He encontrado a faltar este plato entre las recetas que cada uno de los restaurantes y las coctelerías de la zona han aportado a este libro para que sus beneficios ayuden a Càritas a seguir con su tarea, porque la gastronomía, la comida, es cultura- paisaje, arte, ciencia-, pero , por encima de todo, es una necesidad básica cuya falta clama al cielo en un mundo de sobrealimentados y avariciosos que roban con impunidad mientras otros no tienen que llevarse a la boca.
Por esta razón, y por el vínculo que me une a Cadaquès para los restos, decidí hablar sobre este libro coral y solidario desde mi modesta tribuna. Ahora que muchos lectores estarán haciendo sus maletas para disfrutar de sus merecidas vacaciones, no olviden que hay muchos otros que no sabrán si mañana les espera algo en la mesa y que, por tanto, todas las recetas que están incluidas en este libro tienen como objetivo recordarnos que la primera cena fue una comunión compartida.
Felices vacaciones y mejor regreso!