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Biografía
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La despensa de Mitre: cocina, cocteleras y terciopelo

La despensa de Mitre está en esa zona de Barcelona que necesita un poco de cariño culinario. La ciudad está dividida entre el barullo del casco antiguo, la abrumadora oferta del Eixample y el desangelado cruce en el que se ubica este restaurante que ha sido bien acogido por sus vecinos e, incluso, por los que de vez en cuando hemos de sortear esas avenidas con nombre militar.  He aquí, pues, uno de los logros de este local: La  despensa de Mitre o la capacidad de estar en el lugar adecuado en el momento adecuado, más o menos como este general argentino que nadie conoce, pero que da nombre a la ronda en cuestión.

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El local no es enorme, es una despensa de proporciones acogedoras- la grandiosidad me produce rechazo a la hora de comer-, lo que significa que uno está siempre a la vista del servicio y viceversa. Mi experiencia en este ámbito fue agradable, vaya por delante. Si dentro de un tiempo las cosas cambian, estoy dispuesta a rectificar mi opinión,  porque todos sabemos que el personal de un restaurante es volátil y acostumbra a ser un nómada en busca de buenos oasis donde aprovisionar conocimientos y otros menesteres. Está por abrir un saloncito privado en el que celebrar comidas más intimas o en petit comité, que es más chic.

La decoración está lograda. Con buen gusto, mucho paseo por encantes varios, un buen tapicero, colores bien contrastados  y una iluminación adecuada se pueden conseguir rincones acogedores, de suave terciopelo, momentos velvet. Se aprecia que la gente come en una comodidad nada desdeñable, con una mesa de buena medida y reservando la barra y sus taburetes para aquellos que les guste el contacto directo  con el bartender – el barman ha muerto, señores de la RAE- y el parloteo codo a codo. Para los demás, mesa, mantel y sillón.

Después de un buen lavado de cara tras el verano, vamos a comprobar, pues,  si el esfuerzo invertido en esta despensa ha valido la pena. Nos advierten que ha habido cambios sustanciales en la carta y en el menú diario que pasa a costar 25 euros.

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En nuestro menú  degustación de hoy hay un repertorio de platos que han alcanzado ya la categoría de «clásicos» por su profusión entre las cartas de otros restaurantes barceloneses. Digamos que la acogida del comensal de la Ciutat Comtal  al ceviche, el tiradito ( de salmón, en este caso)  o el tataki de atún ha  sido buena por apabullante y  machacona y ha cambiado- no para siempre-  la fisonomía de lo que hasta entonces eran propuestas  más localistas, personales o de mercado. Todos los hemos probado y podríamos hasta preparar una guía del mejor tataki, pero ,no obstante, nos siguen gustando si el producto es correcto, como en este caso. No sería justo por mi parte no  citar , sin embargo, que estas delicias se funden- palabra gastronómica por antonomasia- con otros platillos o recetas más propias con esos toques de modernidad que acostumbra a lucir últimamente todo clásico. Así, probamos  buñuelos de bacalao, romesco y polvo de olivas negras como aperitivos, frituras de las que siempre se disfrutan a poco que estén mimadas, un micuit de pato- mi perdición-  acompañado de pistachos, piñones y una confitura  como contrapunto dulce que tan bien le viene a todo foie en cualquiera de sus versiones,  o setas salteadas con una salsa bearnesa

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Teníamos también un canelón de changurro de los que se dejan querer por un abrazo de calabacín en láminas, alguna vieira bien picadita y un poco de mahonesa de kimchi, De nuevo, tics gastronómicos de nueva hornada que, sin embargo, siguen gustando porque son ligeros, estéticamente elegantes  y de sabor suave. Perfecto para ir entrando en materia sin prisas.

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Como platos fuertes disfrutamos de unos buenos bombones de rabo de buey ( creo que en este caso deberíamos hablar más de ternera, por escasez del animal en cuestión)  con más setas, concretamente, russinyols o rebozuelos, bastante logrado por la potencia de su salsa extremadamente concentrada y reducida, amén de la carne que huelga decir que estaba muy tierna gracias a los milagros del roner.  Le siguió Un canelón de pollo  rustido  y salsa de colmenillas que, aunque sabroso, tiende a ser más seco que el que se prepara con carnes rustidas de diferentes tipos,  todas ligadas con  las hortalizas del guiso, el chorro de coñac  y algún hígado de ave,  más  un bacalao que es la versión moderna del clásico bacalao de Cuaresma , es decir, bacalao a baja temperatura sobre hummus y espinacas salteadas con piñones. Por si fuera poco, llegó el filete de ternera con un cremoso de patatas al que nadie le hizo ascos porque no lo merecía. A mi modo de ver, solo el arroz desentonó en esta liga de platos suculentos: el arroz de cigalas. A pesar de la buena voluntad, ni las cigalas ni la «emulsión? » ( supongo que se refieren a un allioli de siempre)  con azafrán arreglaron un arroz insípido.

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De postre, cómo no, torrijas preparadas con brioche, trufas con fresas y romero y un coulant de chocolate y helado de vainilla. me tomo la última copa y me voy de La Despensa de Mitre esperando que llegue a ser  un referente en su zona si consigue llenar su despensa con platos que le den personalidad y carácter.

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La Despensa de Mitre

Ronda general Mitre 114

Barcelona


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Por Ines Butrón
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