Sin habas no hay primavera. Forman parte de mi paisaje, al igual que los guisantes, las patatas nuevas, las cebolletas, los espárragos o las fresas. Y mi paisaje, como decía Pla, acaba en mis cazuelas. La cocina, a pesar de la globalización alimentaria y la pérdida de muchos conocimientos gastronómicos que se transmitieron durante siglos por vía oral, sigue siendo una metáfora de los ciclos del tiempo, el que nos demuestra que la tierra, mientras pueda, sigue sus pautas cíclicas pese a todo.

Sé que muchos de vosotros lleváis ya un tiempo comiendo habas, pero, en realidad, es en estos meses cuando se dan en abundancia. Las primeras, las de invierno, son igualmente buenas, muy tiernas y delicadas, porque son las primeras, pero sus precios son, entonces, astronómicos. Nosotros preferimos esperar: darle tiempo al tiempo.

Antes, cuando al cambio climático ni se le conocía ni se le esperaba, entre las amas de casa se solía decir que las cosas hay que comprarlas «quan ho comprin els soldats» ( cuando lo compren los soldados), que es cuando los mercados están a rebosar del producto y están en plena temporada, de manera que, además de más baratos, estarán en su punto.

En casi todos los pueblos del Mediterráneo se han comido habas. Secas o tiernas están entre nuestros recetarios desde tiempos de los romanos, pero nosotros hoy sólo queremos animaros a hacerlas con unas cuantas recetas que demuestren su versatilidad. No es necesario que preparéis tremendos guisotes si no queréis, también hay elaboraciones más fáciles y ligeras, pero igualmente sabrosas. Tú eliges y ya nos contarás.

Platillo de habas, ajetes y butifarras de dos colores.