No paró de nevar en todo el día. Primero con parsimonia, por sorpresa, copitos dulces llevados por el viento que apenas se sostenían, espolvoreando tejados y farolas, después,  con rabia y fuerza, de invierno con saña. Hicimos piña entorno a la cocina, como siempre.

Uno no sabe lo que es la cocina hasta que no pasa frío.  Sólo la mesa caliente lo  ahuyenta, el pan, la leña, la olla.  ¡Dios te libre de la soledad en el invierno!

Y sólo la cocina reúne y une. Entorno al fogón, se conjura el silencio, se borran  las líneas de la diferencia, se reblandecen las penas más duras como  carnes en agua hirviendo. Todo es bastante más sencillo de lo que uno cree.

Dar es un verbo pisoteado por el tiempo.  Pero  en esta casa  se vive al margen de lo mezquino, a contracorriente.

La receta de la hospitalidad es simple: harina, azúcar, canela…… En torno a ella se reúne la gente en un rincón del Brasil que no sólo piensa en los Carnavales. Las cuecas viradas son tan simples como casi todo lo que es imprescindible. Son el dulce que ayuda a pasar las largas tardes de lluvia. He aquí, pues,  todo lo que hoy nos es necesario: cuecas, café y nosotros.

Escucho atentamente a  Leny mientras me cuenta  la receta de la feijoada y el pan de queixo. Pienso, como siempre, que la gente es menos distinta de lo que pretende y las cocinas, menos alejadas de lo que creemos. El hombre es hombre desde que hizo de su mundo un lugar comestible y se sentó a la mesa para compartirlo.

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Leny  me ha enviado su receta de las cuecas viradas o la merienda del día de  lluvia:

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Fotos: Toni Butrón