La quinoa, aunque parezca un cereal,  es una semilla que procede de Los Andes. Algunos la consideran un «superalimento» por sus interesantes propiedades nutritivas,  aunque yo no suelo usar esa terminología para casi nada. La comida también está sujeta a modas y no hay nada más absurdo que obedecer a sus dictámenes, pues olvidamos la cantidad de alimentos interesantes que llevan con nosotros siglos y nadie les presta la más mínima atención porque son baratos o no vienen de países lejanos. Para que veamos los efectos de una buena alimentación en nuestra salud no basta con atiborrase de quinoa, kale, cacao, avena, espelta o semillas de chia, o hacerse un par de zumos detox después de los excesos y el descontrol alimentario, sino que es necesario un equilibrio en la dieta. Nada más fácil, nada menos frecuente…

En este blog, sin embargo, creemos que es posible comer bien  y equilibradamente sin necesidad de recurrir a alimentos milagro. Para nosotros la clave está en seguir tres reglas básicas: estacionalidad, proximidad y frescura.  Al margen de esto, hay que ser muy consciente de la importancia del tiempo y el esfuerzo que hemos de dedicar a la comida, pues hay pocas cosas que sean más determinantes para nuestro futuro y el de nuestros hijos que una buena alimentación. En nuestro caso, la mayoría de los ingredientes que utilizamos cuando cocinamos provienen de nuestra cultura gastronómica- la dieta mediterránea-, pero también nos gusta probar las aportaciones de otras cocinas y adaptarlas a nuestros gustos. Por eso hoy os proponemos una receta con quinoa, porque creemos que los alimentos deben comerse por su utilidad y su valor gastronómico, no porque sean «tendencia».

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