El tumbet mallorquín es un homenaje a la cocina del verano y a la exuberancia de sus huertas, un recuerdo del enorme peso de la gastronomía popular, campesina, en la culinaria Ses Illes. El tumbet tiene tantas variantes como productos podemos encontrar en la tierra estival, pero siempre es un buen ejemplo de que los productos de temporada bien empleados son capaces de crear grandes platos al margen de su origen humilde.
La cocina balear ha sido una de las grandes cocinas mediterráneas que han sobrevivido aplastadas bajo la losa del turismo homogeneizador. Su gastronomía es tan rica y está bañada por tantas influencias históricas y geográficas, que hacen de ella una de las más vibrantes, ricas e interesantes del Mediterráneo. En una mesa isleña que haya conservado su patrimonio cultural gastronómico observamos un colorido retablo de lo que da de sí la sabia mezcla de una huerta con un mar que fue generoso, una cultura porcina con raza propia, una dulcería árabe que creció con la introducción cristiana de la manteca y el florecimiento de unos grandes quesos, resultado de un fugaz dominio inglés.
Algunas veces hemos hablado de todo ello en este blog, pero sobre todo, nos gusta ponerlo en práctica. Cuando llega el buen tiempo nos encanta preparar esta fantástica tortilla que es el resultado de un gran plato previo: el tumbet mallorquín. Es un plato humilde, hortelano, pues se basa únicamente en la mezcla de hortalizas y patatas, más algunas hierbas aromáticas, pero el resultado es increíble cuando se consigue tratar cada ingrediente con el mimo que necesita. Por ello, no os engañéis, esta es una gran tortilla que necesita tiempo, delicadeza, respeto por el producto. Para nosotros, sin duda, una de las mejores que hemos probado, por lo que os la recomendamos encarecidamente. Estamos seguros de que disfrutaréis de esta receta mallorquina que merece una larga vida.