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Biografía

Diario de un crítico gastronómico desganado

Después de una semana llena de turbulencias, de agendas cronometradas al segundo, de idas y venidas en la ciudad donde nadie te habla, esta  larga mañana de  domingo tiene la paz de un Campo Santo.

Durante siete días frenéticos he intentado cumplir con mis compromisos corrigiendo  y retocando artículos que las maquetaciones de última hora se niegan a aceptar, he atado los cabos de mi próxima publicación- parto programado con cesárea – enviando correos que se pierden como mensajes en botellas, maldiciendo este móvil que no entiendo, he recorrido Barcelona en busca de representantes de la última tendencia gastronómica -hamburguesas gourmet- por expreso deseo de una  conocida revista, he entrevistado a Sergio y Javier Torres en su restaurante barcelonés Dos Cielos y he visto el último atardecer de octubre desde la terraza del 1881 donde se preparó el showcooking de los hermanos para la campaña Ven a Cocinarte.  Y, por si fuera poco, me animaron a hacerme una sensografía. Los resultados, bien, gracias.

630x340xdos_cielos_restok.jpg,qitok=jrLw8Ofd.pagespeed.ic.c-VXrB2wAqDesde el Dos Cielos la mañana era magnífica, de una blancura inmaculada los cocineros, las mesas y las nubes que chafardean  la cocina. Sergio me explicaba que es posible transcribir en forma de dibujo, personal e intransferible, lo que uno siente cuando come. Una aplicación informática que tiene su génesis en el arte generativo. No quiero contradecir lo que un Mac enorme me pinta en colores, pero esta máquina no sabe cuántas cosas he imaginado mientras me veía a mi misma cenando con él. Sus ojos brillantes, lascivos, quizás; sin ojeras,  sin surcos en la frente, sin dolor, sin cansancio; su sonrisa franca, su mirada serena, sus manos tibias. Yo pediría un steak tartare y él me diría “lo sabía” y él se pediría la cazuela de verduras y yo le diría “lo sabía”,  y después, arroz cremoso de setas de temporada para él, porque  a él  le encanta el arroz que rara vez puede comer porque siempre llega tarde a casa, y le gustan las setas, que rara vez puede comer porque son caras y los niños necesitan muchas cosas.  Yo pediría  un vino blanco muy fresco y algo burbujeante y ensalada de huevos rojos y él diría “lo sabía”;  porque en 24 años hemos tenido tiempo de saber cuántas cosas  hemos deseado en vano. Uno, dos, y hasta tres cielos se han ido escapando por la ventana y,  por mucho que este Mac se empeñe, jamás lo sabrá.

En la hamburguesería me espera Matías. Hablamos de culturas gastronómicas distintas, de grupos empresariales  sin escrúpulos que dominan esta ciudad donde come el turista y el paisano sin saber qué le acecha dentro de cada nevera, en cada plato enmascarado con  salsas y grasas saturadas que engulle con  ingenuidad. Como él es argentino y yo una bocazas, es fácil caer en la tentación del análisis sociológico  de una ciudad cosmopolita que se apunta a cualquier bomardeo culinario, que le encanta “figurar”, dejarse ver en los locales de moda, pero que luego tiene serios problemas para afrontar cuentas disparatadas,  desproporcionadas.  Le recuerdo a Matías que la cocina siempre ha sido un elemento social diferenciador y él  me mira como  perdonándome la perogrullada.

Este tipo de locales, atrae, en cambio, a un público joven que necesita comer bien por 10 o 15 euros,  que no necesita técnicas novedosas, creatividad a raudales, sino un producto reconocible, de calidad, local. Una clientela próxima a las consignas de Carlo Pietrini: bueno, justo y limpio. ¡Vivir para contarla! qué diría Gabo. Slow food y Fast food  se dan la mano ( si no puedes con ellos, únete a ellos): la hamburguesa ya no quiere ser comida basura.

Hamburguesa especial navidad (1) Bacoa

Son las seis de la tarde y, por suerte, no estoy hambrienta, pero Matías insiste en que hay que probar el producto para escribir sobre ello.  Una parrilla de piedras volcánicas me está asando casi 300 gramos de carne de ternera, posiblemente de Girona, con un enorme panecillo de sésamo, una  lechuga que no es iceberg- ¡por fin!, huevo ecológico  con yema untuosa que sepa a maíz , cebollita caramelizada  de Figueres y  su rodajita de tomate. Un poquito de mostaza de Dijón me basta para hincarle el diente a esta majestuosa hamburguesa que se ha aliado con Slow food para hacerle frente al King.

Como no soy capaz de comerla en ese momento, salgo del local con una hamburguesa envuelta en saquito de papel. He de coger un taxi y entrar en el show, he de charlar con gente de El Tenedor.es que me está esperando para charlar sobre esta iniciativa que quiere aproximar el arte  culinario más vanguardista al gran público. Leo mientras camino: “Queremos fusionar cocina, arte y sensualidad, para convertir la buena comida en un patrimonio cultural al alcance de todos”.  En ese momento, un joven y rubio caminante se tropieza conmigo hurgando en las  basuras. Hago realidad el propósito de CocinArte y le entrego un paquetito aún caliente que el joven engulle en dos bocados.

En esta ciudad en que nadie te habla hay muchos modos de comer…… y muchas otras  formas de pasar hambre.

 


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Por Ines Butrón
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