¿ Qué es eso del hartazgo? Tal vez han olvidado ya los jóvenes españolitos que todo bicho viviente aspiraba a morir bien harto.
Hasta hace pocos años reinaba en España una frase destinada a retratar a los que gozaban de buena salud: el gordo y colorao. Y la verdad es que se decía de buena fe, y hasta con cierta envidia hispánica. El hombre de papada y buche abundante era, por lo general, persona orgullosa de su porte que le diferenciaba del pobre labrador u obrero, harto de madrugones y de platos de habas. La Navidad era entonces, como el Carnaval, momento de atracones, de comer hasta reventar. O lo que es lo mismo: el momento de gloria del hartazgo.
70 años más tarde, quizás menos, los españoles comemos más y mejor, por mucho que la industria alimentaria y los cambios de costumbres nos hayan alejado de una cocina domestica natural y saludable. Comemos más porque no hay racionamiento ni carestía de alimentos, ni hambrunas; comemos mejor porque tenemos productos con mayores controles sanitarios y abundancia de alimentos básicos. En los 60 y 70 todavía se consumía en España, no lo olvidemos, la leche en polvo, por ejemplo; la carne roja era un lujo y el chocolate era aún terroso como la algarroba.
Sin embargo, en aquellos tiempos la proximidad del festín navideño propiciaba el ansia por cocinar y comer platos que tenían una connotación de riqueza y exquisitez que poco a poco van perdiendo: capones y aves de corral, en general, merluzas, rapes y besugos, cordero en todas sus variantes, cocidos regionales varios- escudellas, potes, etc- canelones y rellenos de todos tipos. Algunos de estos platos han pasado al consumo habitual de un español medio que no acuse la crisis en forma de desahucio inminente, ya sea en el hogar o en restaurantes de cierto nivel. Por otro lado, el español, las españolas, sobre todo, ha dejado de ser esclavas de su cocina para serlo de su dietista.
Hay que controlar todo aquello que haga que la curva de la glucosa y los triglicéridos se dispare peligrosamente, por lo que el infierno de la restricción alimentaria sólo se suple en Navidad con otro tipo de exquisiteces; frugales, pero muy, muy exquisitas.
Ahora que se acerca la Navidad y el exceso está a la vuelta de la esquina me pregunto qué es lo que realmente desearía comer yo. Yo que tengo por castigo la pierna de cabrito al horno, un pollo de corral- cuando los hay de verdad- la lubina a la sal, la zarzuela de pescados, qué me comería yo que me hiciera feliz y se me ocurren algunos productos que sólo compraría si el dinero me saliera por las orejas como a la Fundación Qatar, pero sin esclavos.
En primer lugar saldría a comprar una lata de caviar de Beluga y me lo comería con los dedos, de pie, frente a la ventana, en una noche en que se oyeran caer los copos y el ruido de mis recuerdos. Tendríamos un Don Perignon en una cubitera para acallar los amargos. Después, te los susurraría.
Guardaríamos aquel vino húngaro que tanto gustaba a Casanova para comer un foie de Oca que se hubiera paseado por el Languedoc, como Chrétien de Troyes y sus caballeros poetas. Se dejaría caer en la mesa, ya un poco lánguido, sobre pan caliente bien tostado
Comería una cazuelita de angulas que sólo hayan visto la desembocadura verde del Pas o del Miño. Y después una ostra temblorosa de Arcade, una almeja que muera en mi boca, un percebe que se le arrancó a la ola. Un plato de sopa perfumada con trufa blanca del Piamonte serviría de manta en esa noche de villancicos, a lo lejos.
Si yo fuera rico, no me la jugaría tocando un violín en un tejado, cortaría jamón ibérico con muchas jotas con la parsimonia de quien tiene todo el tiempo del mundo y la alegría de un cochino en montanera.
Apicius
noviembre 29, 2011 @ 05:26
Muy interesante este articulo, hace reflexionar.
Saludos