No sé si es por culpa de la crisis o porque «mis seres queridos» aprovechan cualquier excusa para organizar una cenita en «mi casa«, pero este verano he hecho tantas quiches que ya empezamos a echar de menos algo de » lo nuestro«, que diría Justo Molinero; es decir, la tortilla de patatas, la ensaladilla rusa y el clásico picoteo de chorizo de Cantipalo y queso manchego.
Con tanto nuevo vegetariano, tanto sectarismo alimentario y tanto adversario de nuestro grasiento y carpetovetónico menú veraniego ( bravas, morros, chistorras y bombas picantes), últimamente procuro curarme en salud y hacer más concesiones a la cocina sana, ligera, o, simplemente, menos calórica y rebosante de colesterol. Una nunca sabe quién se le va a sentar al lado, si entrará por la puerta un vegano feroz o si un foie inapropiado acabará por llevarnos a las manos. Por eso, y porque ya he visitado más cardiólogos de los que quisiera, cada vez más intento complacer a todos los comensales por igual- carnívoros y herbívoros, glotones, melindrosos, comilones varios- cosa que, en definitiva, es el objetivo final de cualquier festín que se precie. Incluida, eso sí, la anfitriona, que también tiene derecho a sentarse cómodamente y disfrutar de la fiesta.
Como todos los años, organizo estas entrañables reuniones con tres premisas básicas:
1- Cocinar cosas que puedan prepararse con antelación para estar estupenda en el último momento.
2- Servir preparaciones que puedan comerse calientes o frías sin que pierdan sabor o textura. O casi.
3- Utilizar el horno, el Lekué de silicona y la plancha Tefal y aparcar sartenes y cazuelas, salvo en casos muy excepcionales.
Así, nuestra última gran bouffe estival consistió en un menú compuesto por los siguientes platos:
Una quiche de espinacas, queso ricotta, tomate cherry y albahaca. Si quieres hacerla, recuerda que, en este caso, debes dejarla unos 8 minutitos más en el horno para que no dé la impresión de cruda- poco cuajada- debida a la mezcla del queso ricotta, la nata líquida y los huevos. Por otro lado, debes saltear las espinacas y los tomatitos previamente. También las hemos hecho de calabacín, puerro y gruyère, o de bacon, dátiles y roquefort y todas ellas han recibido ovación y vuelta al ruedo.
Un gazpacho de “toda la vida” y uno de sandía y comino que mi señor marido tuvo a bien ofrecer a las señoras que odian el ajo y no están casadas con ingleses. Con tropezones de jamón ibérico y pan fritito, está de muerte súbita.
Una ensalada griega, con su buen pepino, cebolla tierna, tomate, orégano fresco, feta y kalamatas a porrillo.
Unas papas aliñás para los nostálgicos del sur. Con unas huevas de mújol le dimos un poquito más de sabor y de color y- cómo no- dio pie a la cansina conversación ¿alguien ha comido caviar de verdad?
Jamón ibérico: que no falte.
Alitas de pollo con salsa de soja, miel y semillas de sésamo. Que se note que tienes una despensa multicultural. Hay que dejarlas marinar unas horas con un poco de ambos ingredientes ( no mucho), porque, una vez que estén doradas, le añado algo más de soja- la más dulce, que los hay hipertensos y los que odian hasta la Gran Muralla- y un poco más de miel para que se peguen las semillas de sésamo y estén crujientes.
Imagen: mamiluleando.blogspot
Buñuelos de rape. Mientras la gente rechupetea las alitas, me levanto sigilosamente y frío unos trocitos de rape que he dejado bañándose en harina, leche, levadura, un huevo batido y perejil picado. Como no se lo esperan y está recién hechos, mi cuñao entra en éxtasis y se lleva la bandeja a su rincón. ¡¡¡Mi tesoro!!!
Café, copa y puro. Momento Calvados – regalo de mi buen amigo Ignasi Riera– o de exaltación de la amistad.
starbase
agosto 27, 2012 @ 20:21
A ver, he visto banquetes vikingos más frugales. Pordiossssss 😀
Jose Padilla
agosto 27, 2012 @ 20:40
Un buen menú veraniego sin duda alguna ademas explicado de forma que me he sentido participe de tan estupendo agape, un beso.