Asisto, como muchas otras veces, a la presentación de una nueva campaña: Ruta del vino Ribera del Duero y estoy, como siempre, sólo unos minutos. El tiempo restante, viajo. Lo ocupo en divagaciones, ensueños que me alejan de la prosaica labor que vengo a hacer. Imagino paseos infinitos por los caminos que anduvo Machado y le invito a un vino viejo, con mucho roble y cepa retorcida de tempranillo.
Me gusta esta Castilla otoñal, de castillos desdentados, otrora guerrera, mística; me gusta este habla que se expandió, de Asturias y león, por los confines del mundo en boca de sus forjadores. Me gusta la tenacidad de la tierra ribereña que siembra y recoge lo que le arranca a los pedregales, que mata gorrinos en tristísimos días de invierno y asa las morcillas negras de pena en fuegos de encinas viejas.
En la mesa alguien habla de Consejos Reguladores y yo, como siempre, sigo mi deambular por el tiempo y soy, otra vez, estudiante miedosa con carpeta de filología apretada al pecho, abrigando el corazón. Se asoma Gerardo Diego, contemplador impenitente:
Río Duero, río Duero,
nadie a acompañarte baja,
nadie se detiene a oír
tu eterna estrofa de agua.
Dicen que “Murió en mitad de un verso”.
Y tuve, como siempre, un recuerdo para ti, soriano esquivo y gafotas que me llevó de cabeza al patíbulo. Levanto mi copa rubí, llena con un caldo Ribera del Duero, por aquella muerte dulce.
Seguramente ya cayeron las hojas de los álamos en el camino de San Polo a San Saturio y Soria se va quedando a oscuras en El Collado y la Alameda , otra vez, como cada otoño, parduzca, románica, melancólica. Vendrá una nueva vendimia para aliviar los fríos del Moncayo y habrá buenas chuletillas envueltas en sarmientos, y menestra de las huertas, arroz con leche tibio, como a tí te gusta, lana de churras en las camas calientes, cuenco de sopa castellana, y tendré tus ojos verdes esperándome en el hogar, como entonces, a la vuelta de este vagar nostálgico.
Iremos a San Esteban de Gormaz, donde el juglar cantó las gestas del Cid desterrado, y pondremos un dedo que señale el camino en esta ruta por el amor y el vino: Soria, Burgos, Valladolid, Segovia… hasta morir plácidamente en brazos de un fado. El Douro portugués y su beso Atlántico será la próxima estación y tú dirás: otro día, tal vez, iremos a Oporto.
Huele a lechazo y a pan de trigo castellano en este Asador de Aranda barcelonés y los asistentes – periodistas, empresarios, publicistas- hablan de gentes que no conocen, de añadas, de aromas y barricas, de cifras, se preguntan si llenará esta ruta su sed de sensaciones, si la Denominación de Origen Ribera del Duero traerá turistas y amantes de lo enogastronómico a los mesones de Peñafiel o Fuentemolinos, a Quintanilla de Arriba o a Boada de Roa, si el mantenimiento de un territorio y su sostenibilidad pasa por el turismo como única forma viable de dar cobijo a lo distinto en este mundo globalizado y homogéneo, si la añoranza de lo rural es un invento de ciudad, si las gentes- buenas- que aparecen en la campaña tienen de natural esa forma espontánea de defender lo suyo; orgullo castellano, siempre sobrio. Y yo, divaga que divagarás, rememoro, sorbo a sorbo, cada uno de tus gestos. ¡Qué buena añada la nuestra, Javier!
Pepe Iglesias
octubre 2, 2012 @ 09:15
Muy bonito, Inés, me has llevado a las otoñadas de las alamedas castellanas. Lo que no sé es a qué refieres con eso de «chuletillas envueltas en sarmientos». Yo las como asadas sobre el rescoldo de los fardelillos de sarmiento, pero no sé qué es eso de «envueltas», salvo que se trate de una licencia poética, claro.
atable
octubre 2, 2012 @ 12:22
Eso es Pepe, ya sabes que en mi mesa ( en Atable.es) hay muchas «licencias»:)