Hay imágenes comestibles que te persiguen para siempre, son como la chispa de la vida de la Coca- Cola. Nunca existió, pero todos nos lo creímos.
La patata frita, las patatas chips postmoderna y reinventadas son un icono nostálgico del disfrute dominical, de la mañana soleada frente al mar, el parque, la barra de bar en la que se cuentan los chistes más malos y las penas más buenas. Junto con el vermú y las olivas rellenas- aquellas gordotas, las que venían en canoa de cerámica blanca con restos de juguillo-, son los tres Reyes Magos del asueto semanal. No existen, no cambian nuestras mediocres vidas, pero nos crean la ilusión de una serenidad gastronómica, una felicidad acalórica, la humilde paz del hombre curtido en andamios, zanjas y cunetas, fábricas y talleres a destajo, el español que sueña con que llegará un día en que la misa de doce la oficiará un churrero en el bar de la esquina.
Y puesto que las cosas cambian, y no siempre para mal, “alguien que me quiere mucho” me ha regalado un pedacito de historia gastronómica en forma de patatas fritas gourmet, unas patatas chips que son una magdalena proustiana bien empaquetada (en la 9ª Edición de ‘El Mejor Producto de Aperitivos’ (mayo 2012) Patatas Marinas obtuvo el Premio al Mejor Packaging.) y que lleva el curioso nombre de Patata Marina. ¿Las habrá ideado Ángel León? ¿Serán estas patatas chips el principio de una bonita amistad?
Pues no, las ha ideado Vicente Vidal y Aspil, quien, al parecer, lleva ya muchos años en esto de freír y empaquetar patatas. Y son marinas porque llevan sal de Formentera. ¡Palabras mayores!, porque “otra persona que me quiere mucho” me trajo de uno de sus últimos viajes a la isla una botellita preciosa de sal líquida. No sabía si echarla en la ensalada o perfumarme con ella……
El Sr. Vidal– dicen mis amigos que aún recuerdan aquellos primeros paquetes transparentes de patata de su infancia de la misma marca-, no contento con pelar, cortar y freír patatas mil, las ha aderezado con esta maravillosa sal que se exporta a medio mundo (aquí preferimos la del Himalaya. Paradojas de la globalización alimentaria…), ha añadido aceite de oliva para que queden bien sabrosas y inequívocamente mediterráneas (nada de ganchitos amarillos sumergidos en grasas trans), un toque de vinagre balsámico por allí, una pizquita de pimienta por allá… Cada cuál puede elegir la variedad que más le guste. Yo me quedo con las de vinagre y pimienta. Sorprendentes.
En general resultan sabrosas, crujientes, corte casi perfecto, ni demasiado grande ni demasiado pequeño, no son extrafinas, como la gran mayoría, y pueden localizarse en casi cualquier tienda o súper con buenas marcas a un precio razonable.
Así pues, este fin de semana pasado, como yo también soy española en declive y no me prodigo por las pistas de esquí en el puente de la Purísima, reuní en torno a mi mesa a “mis seres queridos” y empezamos la mañana con un buen vermú, berberechos de las Rías- consuman producto español o no salimos de esta,- y unas bolsas de Patatas Marinas que volaron entre caras de asombro y unas risas muy tontas que duraron hasta la hora de los postres. Quien no se consuela es porque no quiere, oiga.
Sunny
junio 6, 2018 @ 10:57
Compro para vender en mis tiendas
Ines Butrón
junio 7, 2018 @ 10:29
Ahora las veo en muchos lugares y me alegro mucho, porque cuando yo las probé me parecieron realmente buenas. Gracias por seguir nuestro blog y por tu aportación. Inés B.