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Biografía

DESEOS GASTRONÓMICOS PARA EL NUEVO AÑO

 

Un nuevo año se despereza, con lentitud, arrastrando los pies. El hartazgo  se hace visible en los estómagos de los transeúntes que dejan para un mañana improbable un estilo de vida menos dañino. En la sociedad de la sobreabundancia, los hombres  consideran que la vida es un derecho, la  salud,  un destino inapelable, como la felicidad. En otros rincones del planeta el privilegio de vivir- comer-  conlleva un ejercicio de responsabilidad. El alimento, bien escaso, nunca fue maná divino; la salud, débil legado, un regalo que se pierde mucho antes de lo previsto.

Me desperté en la incertidumbre, como casi todos los años, y me sentí, con todo, privilegiada, como el poeta ( a mi trabajo acudo, con mi dinero pago el traje que me cubre y la mansión que habito, el pan que me alimenta y el lecho donde yago). Escribí mis deseos, que no propósitos, por no desgastar una voz cansada de no practicar.

Deseé ver morir el hambre.

Una sociedad menos soberbia. La Navidad no sólo pone en evidencia nuestra interesada solidaridad anual, sino también la depredadora forma de hacer del consumidor una presa fácil para vender la sobrealimentación como única forma de placer. Deseé, entonces, que las poderosas empresas agroalimentarias empezaran a reducir sus sutiles ataques contra una población necesitada de una ingesta desproporcionada de azúcar como placebo- veneno- para aliviar sus  ridículos males. Los turrones y demás dulces navideños  e hipercalóricos deberían venderse en diciembre y no en octubre, salvo que queramos engrosar también las arcas de las industrias farmacéuticas y los gobiernos de turno.

Una sociedad más consciente de su cultura gastronómica. El desdén de las nuevas generaciones por la cocina doméstica implica un devenir alimenticio en manos de una industria alimentaria homogeneizadora que nos venderá sin escrúpulo alguno la panacea de una alimentación sana, bonita y barata en paquetes de duro.

Unos comedores escolares vacíos. Horarios más racionales para padres e hijos permitirían que los niños, igual que los adultos, tomaran un simple tentempié durante la jornada laboral y una buena cena en familia a una hora prudencial. La educación, también la gastronómica, se forja en casa.

Una restauración profesional que merezca realmente ese nombre. Hace tres décadas los cocineros no eran más que unos trabajadores mal pagados que habitaban lugares inmundos y mugrientos. Guisaban mucho, pero no eran  ni libres, ni  creativos,  ni autores de nada. No  eran nadie. Hoy en día, salvo raras excepciones, el cocinero ha vuelto a ser un mercenario de la cocina que trabaja al servicio de empresarios adinerados de manera incierta. Prima la vorágine de tendencias, el snobismo, la moda, la divisa turística. El ensamblaje a bajo coste pone al cocinero entre el cuchillo y su ética profesional.

Deseé que la comunicación gastronómica abarcara  mucho más que la venta indiscriminada de un producto o el encumbramiento de un restaurante y su chef de turno. De momento no he visto hacer realidad por ninguna parte aquello de que “La gastronomía es la metáfora del nivel de civilización de un pueblo”. MV. Montalbán, dixit.

Entre la modernidad y el esperpento existe una línea muy débil que se hace patente en locales donde prima la estética sobre la ética. Sobran ejemplos. Y deseé, entonces, que dejaran de disfrazar a los camareros. Trabajar no implica hacer el ridículo.

Menos películas sobre chefs. Dar de comer es una tarea muy loable, convertirlo en el bufón de la corte, un flaco favor a la profesión.

Unos medios que no vieran a los bloggers como competidores, sino como generadores de información y, sobre todo, de  opinión. ¿Quién dijo libertad de expresión?

Unas editoriales más dispuestas a apostar por la divulgación  e investigación del patrimonio culinario, nacional o internacional, y no sólo por los ingresos generados por  un apabullante mundo  infantil y edulcorado.

Un mercado en cada esquina, una verdura que sepa a verdura, una fruta que sepa a fruta, un ciclo estacional, el tempo y el tiempo de cada cosa, de cada alimento.

Una casa con una mesa bendecida por muchas manos.


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Por Ines Butrón
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