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Biografía

¡Cómo comen estos catalanes! Recomendaciones para una Mercè muy gastronómica.

Imagen: http://www.thefunplan.com

Como en las bodas, después del pregón de Adrià,  la gente se cansó de dar vivas y se fue directa a comer, que es para lo

que habían venido.

Y es que hoy, más que nunca, Catalunya es la gran cocina de Europa y, Barcelona, su salón comedor.

A nivel cuantitativo, dudo mucho que haya otra ciudad del viejo continente en la que el número de comensales por día supere a la de la Ciudad Condal. Sólo París podría hacerle sombra, pero la grandeur culinaria no está al alcance de todos.  La calidad  de su gastronomía es cuestión más subjetiva y lo dejo en manos de críticos, aunque el hecho de que el mejor restaurante del mundo esté en territorio catalán es un argumento a tener en cuenta. Al menos, así lo valoran los turistas que abarrotan el centro, las Ramblas, la Plaza Real, la Barceloneta, El Raval, la Ribera, y tantos rincones barceloneses recuperados a base de poner en pie antiguas tabernas, de reconducir o mantener restaurantes emblemáticos, colmados, chiringuitos, bares de tapas más o menos impregnadas de contemporaneidad. La sombra de Adrià es alargada……..

Sin embargo, a la cocina de Barcelona le pasa lo que a Peret: cuánto más rumbera, más triunfa. Cuanto más vieja, charnega, añeja, colorista, potsmoderna, étnica y rocambolesca, mejor. Como en la rumba catalana,  en la cocina de Barcelona, cuando no funciona una cosa,  se coge la guitarra y se  le da la vuelta. Seguro que entonces, el público, absorto en la pirueta, no dejará de bailar al son que le toquen sus palmeros. Hay gente pá tó!

A esta Barcino que añora otros tiempos y otros territorios, le espera un futuro incierto y una mesa pletórica. Todo cuanto se menea en la Ciudad de los Prodigios gira en torno a una mesa: cada día se inicia una nueva tendencia,  más interesante  cuanto más efímera, se recuperan y mejoran los productos autóctonos para satisfacer a un público con filosofías culinarias e identitarias muy ancladas en un imaginario gastropatriótico; se vende, también, lo foráneo. Fusionar, fundir, entrelazar, absorber, satisfacer otros paladares propios o extraños, se compromete al ciudadano en la toma de decisiones alimentarias. Se vive, pues, con la esperanza de que el cava, el queso o el aceite puedan ser armas cargadas de futuro.

Dejo el ayuntamiento camino de las Ramblas. Después del seny, la rauxa.

Dejo a Adrià con un  discurso sobre la creatividad que, a fuerza de repetirse a sí mismo, ha dejado de ser creativo. Con todo me alegra infinitamente que sea un cocinero quien dé el pistoletazo de salida a estas fiestas. Pólvora, sangría y rumba me esperan en la calle que fa pujada. Observo el gentío y pienso, “estos dimonis lo harán saltar todo por los aires cualquier día, armados de un dragón y un cabezudoAviam! Mejor que no nos pille con el estómago vacío.

De momento, desayuno como un rey: me meto en el Cent Onze, restaurante de Le Meridien y me doy el lujo de desayunar  acompañada de un gigante  que campa a sus anchas por el comedor, chafardear la pinta de   la gente de a pie que se prepara para vivir la fiesta, las misas, las carreras a  pie o a nado.

  Observo, que a la hora del Ángelus, Òscar Manresa empieza a llenar la barra de la antigua Casa Guinart con bocados de los que nos gustan a todos:  gambita roja a la plancha, calamares a la andaluza  junto a las navajas gallegas, un jamoncito, unas bravas picantonas o uns canelons trufats ( Au, va! Que és festa major!).

En la terraza o en el comedor, senyors?

A la sombra de La Boquería, siempre.

Mercat de la Boqueria 1922

 

En los márgenes de la arteria de las flores, como afluentes gastronómicos, la oferta es impresionante: la calle Ferràn con Adagio, la calle San Pau con  su Fonda España,  Cañete,  en el Carrer La Unió, la Rambla del Raval  con el tirón de la tradicional casa de comidas puesta al día, es decir, Suculentel viejo Paralelo de los cabaretes y las vedettes con su Ticket, la Bodega 1900 ( no es lo mismo, pero casi) y un montón de gallegos, pakis e italianos que venden los suyo con salero.

Y me dejo cosas, gràcies a Déu.

 

 

 


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Por Ines Butrón
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