A un mes de la Navidad es inevitable no sucumbir al encanto  de  las turronerías más emblemáticas de Barcelona. La ciudad se muestra ya engalanada, brillante y dulce. Cada escaparate la convierten en un enorme regalo que excita los sentidos. Es difícil escapar de  esa magia que apela a los recuerdos de nuestra infancia, a la melancolía que despierta todo lo que se repite año tras año.

De entre las cosas que más me gusta hacer en esta época es recorrer las calles del centro buscando las turronerías más emblemáticas, aquellas que han sabido conservar parte de su historia y su encanto. Su ubicación en las calles más céntricas de la Ciudad Condal tiene un explicación muy sencilla que tiene que ver con la propia historia gastronómica de Barcelona. Para comprenderla hemos de recordar que hasta 1840 no existía el mercado de la Boquería o mercado de San José como tal, sino que las paradas se agolpaban en la calle para vender sus productos, también los estacionales, aquellos que tenían una marcada temporalidad, como los turrones y dulces navideños.

Los turroneros de Alicante y Agramunt se disputaban los mejores puestos alrededor del mercado desde las festividad de Todos los Santos hasta la Candelaria, pero como no iban a estar en la ciudad más que tres meses no se asentaban en ella con una tienda fija, sino que alquilaban pequeños «kioskos» que estaban en las propias entradas de las viviendas de alrededor. De ahí que, cuando pasamos por El Portal de l’Àngel, nos encontramos con esas estrechas tiendecitas por las que  los vecinos  tienen que pasar sorteando las largas colas de compradores para entrar en sus casas. La más curiosa y conocida sea,  quizás,  la de Planelles Donat que conserva todo el gusto de antaño, tanto por la ubicación, como por  la calidad, la selección de productos y la amabilidad de su vendedor – enfundado en su clásica bata grisácea-  quien me da toda clase de explicaciones.

ste es  uno de los pequeños puestos de venta de una familia alicantina que lleva más de cien años dedicándose a la fabricación de turrones, pero también de otros dulces que tengan como base la almendra marcona y la miel. Alicante es, probablemente el origen de las turronerías españolas, pues se conservan algunos datos históricos de su existencia desde el siglo XVI. No es de extrañar, por otra parte, que así sea, pues la región es rica en estos dos productos y tiene históricamente una larga vinculación con la dulcería árabe que, es sin duda, el punto de partida del turrón.

Después de charlar un rato sobre otros orígenes y  variedades de almendra  de menor calidad, sigo mi camino hacía otro pequeño «kiosko» de la misma calle. Aunque allí no están muy dispuestos a darme conversación, tomo una borrosa foto en la que se aprecia el ascensor y el portal de la vivienda, más una buena tableta de mi turrón preferido: el blando o turrón de Jijona:

Todas estas marcas de turrones tienen ya otras tiendas fijas por la ciudad, por lo que se pueden encontrar estos productos fácilmente sin necesidad de hacer largas colas, aunque yo, de ustedes, me espabilaría ya. La calidad lo merece:)

Nos alejamos, entonces, un poco del cruce de caminos de la Plaza  de Catalunya para dirigirnos hacia la Ronda Universidad y la plaza del mismo nombre. Aunque han desaparecido algunas de mis librerías favoritas y la universidad tiene  feos elementos  adosados al edificio histórico,  aun queda  algo de ese ambiente de «patio de letras»  que tanto me gustaba. Y sus horchaterías de la calle Aribau… Porque uno de los lugares donde podemos encontrar también buenos turrones de Jijona son, obviamente las horchaterías y  heladerías de la zona.

Cómo se podrá observar en la foto que se prestaron a hacerme muy amablemente ( yo no podía traspasar el mostrador), los turrones se mezclan ya con toda clase de ingredientes. Si les hago la lista de los gustos de todos los turrones necesitaría tres páginas más, por lo que lo mejor es ir, preguntar y disfrutar.

Y de ahí doy un salto en el tiempo y en el mapa y me voy a Catalunya, concretamente a Agramunt. 

¿Y por qué digo que doy un salto geográfico e histórico? Porque, obviamente, nos alejamos un poco del centro alicantino de producción de turrones artesanales en el estado español, y porque Agramunt se unió a la fabricación de estos dulces con productos nuevos. Si os fijáis, su historia empieza en 1775, fecha en la que de  las colonias españolas llegaban azúcar, hasta ahora escasa y cara, y chocolate. Con estos ingredientes -cuyo mercado estaba en buena parte en manos de catalanes, los llamados indianos-, más un fruto seco autóctono y de calidad, como  es la avellana, se empezaron a elaborar esos clásicos turrones de avellana que se separan entre si con las típicas obleas o pà d’angel.

Esta tienda de la Plaza Universidad tiene tal variedad de turrones que hay que tomarse una tarde libre para escoger. Torrons Vicens los mezcla con las cosas más impensables o, mejor dicho, lo hace Albert Adrià que es quién ha creado originales turrones como el de Gin Tónic, para acompañar al ídem:) Para gustos, los colores!

En Barcelona hay muchos otros lugares donde encontrar  buenos turrones. Lo sé, y no era mi intención hacer un ránking, sino pasear por la ciudad dejándome llevar por el paladar y los recuerdos que son, al final, los que escriben los mejores Cuentos de Navidad.