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Biografía
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Can Miserias: cocina de calidez.

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En pleno barrio barcelonés de Sant Antoni existe, hace ya casi un siglo, un pequeño restaurante con un  curioso nombre y una historia entrañable. Son de esos lugares que no se anuncian en ninguna parte, pero que todo el mundo conoce, restaurantes que empezaron siendo simples despachos de vinos ( un vasito miserable y poco más, de ahí su nombre) y que, poco a poco, se animaron a cocinar para los parroquianos fieles que sabían que encontrarían allí los clásicos platos de la cocina tradicional catalana, al modo de siempre y según los gustos de siempre. Eran otros tiempos, mucho antes de cualquier revolución gastronómica.  Tras la jubilación del S. Parramón, su primer propietario, llevaron las riendas de sus fogones una pareja cuyo nombre ha quedado indeleble en unos famosos fideos de aire japonés: los fideos de Christa. ¿Cómo se las ingenió esta cocinera para agenciarse unos fideos tan exóticos y convertirlos en su plato diez en medio de un barrio popular y obrero, en pleno  meollo de la cocina tradicional, a dos pasos del mercado y sus influencia gastronómica? Los caminos de la cocina son inescrutables:)

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Mientras la Christa hacía sus fideos, Eduardo Losilla se hacía mayor y sus padres le llevaban a comer a Can Miserias. Puesto que le encantaba cocinar y ya había terminado estudios de hostelería, al S. Losilla se le ocurre que su hijo es digno sucesor, de modo que la fonda de toda la vida, aquel restaurante donde iba toda la familia queda en sus manos. Y Eduard se pone a trabajar…..

 

CanMiserias-9En primer lugar arregla la cocina, pues hay que dar cabida a nueva tecnología culinaria, pone en la carta algunos platillos nuevos como el tartare de ternera pasado ligeramente por la plancha, la brandada  de bacalao en saquitos de filo  o el salteado de judía de santa Pau, calamares, butifarra negra y trompetes de la mort. Todo, eso sí, dentro de unos parámetros de cocina popular catalana, de producto, estacional, adaptada por la noche en forma de menú degustación con platillos y medias raciones ( 24’50 euros), y  elaborada y presentada al mediodía en su forma más clásica ( 35 euros, aprox). En cualquier caso, la idea era seguir en la misma línea, mejorando lo mejorable y dejando intactos algunos platos incombustibles como las puntas de solomilo con Roquefort o la crêpe de rape y gambas gratinadas. Una de esas delicias de los 80 que alguien consideró que era «viejuna» y que debía morir en el olvido, enterrada en su propia bechamel. Una pena.

Afortunadamente, hay un fuerte revival gastronómico en la ciudad, y lugares y platos como este están viviendo una segunda edad de oro. La originalidad pasa en estos mometnos por unos pies de cerdo como los que comimos en Can Miserias, unas paletillas de conejo que se deshacían, unas salsas untuosas, unas picadas reconocibles, una sopa de cebolla bien gratinada, un bacalao a la llauna con judías  de santa Pau y, lo que más me gustó, que exista el término guarnición y que encima me la dejen escoger!!! Patatas panaderas, alcachofas o setas??? No es estacan miserias 5 una cocina maravillosamente cálida?

Como se puede ver, todo el empeño del nuevo chef está en hacer bien aquello que es fundamental y dejar para mejor ocasión el tema del salón y el interiorismo que, básicamente, está igual que hace 30 años ( ojo con el escalón al entrar! ). Dos pisos con bigas de madera acogen a unos 40 comensales, el superior se suele reservar para comidas de grupos, algo más privadas, la planta de abajo está junto a la cocina de la que, a veces, asoma la cabeza Eduard para ver la cara que ponemos:)

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Los productores de los que se sirve Losilla  son también viejos conocidos de la casa- desde el que le sirve la leche y la nata del Montsec hasta el propio mercado de Sant Antoni – y el personal de sala no ha cambiado, por lo que, como se podrá apreciar, la apuesta es la de poder perpetuar en el tiempo, con una generación más joven y técnicamente bien preparada, una de esas casas de comida de las que cualquier ciudad se siente orgullosa en la medida que acepta el legado gastronómico que le pertenece y le da una nueva vida.

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Can Miserias, tal y como comentaba al principio, está en la línea de los grandes nombres de la restauración barcelonesa que en estos últimos años habían caído en cierto olvido  arrastrados por un stunami de creatividad que sólo dejaría en pie a los que  se sumaran sin rechistar  a las nuevas tendencias gastronómicas. Como, tarde o temprano, las aguas siempre vuelven a su cauce, hoy vemos resurgir a   Los Caracoles del barrio chino,  pronto al viejo Amaya de las Ramblas, a las grandes marisquerías como El Carballeira y, cómo no, a la solera indiscutible del  7 Portes. Lugares centenarios- o casi-,  con el encanto  que le da la patina del tiempo, pero también con la experiencia de quien  ha visto muchas cosas y muchas gentes en esta, nuestra Ciudad de los Prodigios. Un bagaje que también Can Miserias tiene  a sus espaldas, una garantía que hay saber apreciar desde la perspectiva de un tiempo pasado que, si bien no siempre fue mejor, no era amigo de lo superfluo. La cocina de Can Miserias, tal y como la he definido antes, es una cocina de la calidez: un buen guiso, pan, y algo de vino, ahora ya sin «miserias».

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Por Ines Butrón
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