Nuestra ruta por el Cantábrico tiene una parada importante, un desvío hacía el interior para adentrarnos en el corazón pétreo del Principado de Asturias. Este imponente macizo no deja nunca de acompañarnos desde que salimos de Santoña, como una sombra, detrás, a lo lejos, es el destino por más que lo ignores.
Para llegar hasta el Parque Nacional se puede optar por varias rutas, dependiendo, obviamente, del punto de partida. Puesto que era domingo y cabía la posibilidad de hacer parada y fonda en el mercado semanal de Cangas de Onís, ni lo dudamos. Dejando de lado la zona de la ropa y los complementos, que es igual aquí que en Albacete, hay que dirigirse hacia unos soportales donde se venden todos los productos asturianos directamente por sus productores. Todos los quesos están ahí- Cabrales, Gamoneu, Afuega’l Pitu, el queso de tres leches- , las fabes y las verdinas, el compango ( tocino, morcillas y chorizos), la miel y membrillo imprescindible para acompañar y realzar los quesos de la zona, la harina de maíz para hacer los tortos,, las casadielles o dulce de pasta frita u horneada, generalmente de trigo, rellena de nueces, avellanas, azúcar y anís, la sidra natural, las verduras y las hortalizas, las especies y toda clase de licores, orujos y aguardientes que se repiten como un mantra para gargantas recias desde su vecina Potes, en Cantabria, donde se elabora uno de los más afamados.
La comida nos dice que estamos en tierra de hombres bravos, montañeses duros, los fundadores del reino asturleonés con Pelayo a la cabeza, que se encargo de hacérsela perder a los moros desde su cueva de Covagonga allá por el 722. Recuerdos de Reconquista, pues, por doquier, lobus y vaqueros viviendo a regañadientes en las mismas montañas, puentes románicos que se elevan sobre ríos de un verde insultante para los mesetarios reconquistados, iglesias temerosas de Dios, cruces de hierro que sobrecogen, olor a morcilla con mucha sangre y mucho humo, restaurantes con el mismo menú turístico – fabada, escalopines-arroz con leche- y una tienda – La Barata– en la que se queda uno a mirar tiernamente una reconstrucción del pasado de cartón piedra.
Llegamos al anochecer a Arenas de Cabrales, una pequeña localidad del municipio de Cabrales donde pensamos asentar el “campamento base” por un par de días. Compartimos noche de luna llena con los que se preparan para atacar el Naranjo de Bulnes, con los que se quedarán en la comodidad del funicular, en Puente Dé, con los que caminan por sendas estrechitas, bordeando las montañas, pensando si será cierto que los lobus acechan en tan idílicos parajes, con los que vienen a comer fabes, cachopos, cabritos, escalopines al Cabrales y más sidra…y más orujo.
Por cierto, el famoso cachopo me parece, la mayor de las veces, un plato de menú infantil para niños tragoncetes, por muy buena que sea la ternera (IGP Ternera Asturiana) . Los interiores se repiten incansablemente, no hay demasiada originalidad, excepto en un restaurante de Villaviciosa, sidrería Bedriñana, frente al mercado de abastos municipal (vacio! ), donde presumen de fabada y se rellenan los cachopos con multitud de pimientos de Lodosa, espárragos, quesos, jamones, etc.
Imagen. http://media-cdn.tripadvisor.com/media/photo-s/03/b1/8a/63/el-trasgu-farton.jpg
Puestos a comer ternera, prefiero un buen chuletón, o un plato de cecina como la que nos sirvieron en la terraza del Urogayo, un simple restaurante de carretera, al lado del río, donde sirven buena ( casera) cocina asturiana. Los tortos con picadillo y huevos fritos estaban espléndidos, aunque necesitamos tras ellos un par de horas más de senderismo:) y un chapuzón en el río.
En el agua de estos ríos que baja de las montañas, aún coronadas por pequeños mantos de nieve, se esconden truchas, salmones y hasta nutrias, que campan a sus anchas en esta reserva de la biosfera. Me quedé con las ganas de catar un salmón que haya nadado en un río como este, o un jabalí, o un corzo, o una liebre. Cualquier animal que en época de caza me dé una idea de la gastronomía cinegética asturiana. Otra vez será, seguro.
De momento, me llevo unos calcetines de lana comprados en Sotres ( el pueblo más alto de Asturias) , unas casadielles, unas fotos del ganado en los prados de altura y la sensación de haber vivido muy cerquita de la tierra y el cielo por una vez.