Da Michele, el local barcelonés de L’Antica Pizzeria Da Michele, ubicado en la Calle Consell de Cent número 336, está de celebración. Ha superado las 100.000 pizzas servidas justo cuando se cumplen ocho meses desde su inauguración y planea establecerse en Madrid y Valencia. Nosotros probamos estas auténticas pizzas napolitanas no hace mucho y comprobamos in situ el porqué de su éxito.
Lo primero que uno debe saber cuando elige este local es que se está sentando en una de las pizzerías más antiguas de Nápoles. La historia de la pizza es, obviamente, anterior, pues en los albores de este plato universal está, simplemente, la necesidad de ofrecer al pueblo una masa cocida sobre la que colocar los pocos ingredientes que se tuvieran a mano, vendiéndose después por las calles de la ciudad a una mayoría hambrienta y popular que basaba su nutrición en los cereales. Obviamente, sin tomates ni pimientos- productos de la posterior conquista americana-, la pizza estaría emparentada con los muchos tipos de pan plano sin levadura que se elaboran en la cuenca mediterránea y sobre el que se sirven ingredientes de diferentes tipos o, incluso, restos de otras comidas sobrantes, como en el caso de las famosas cocas de recapte catalanas. El pan siempre fue continente y contenido, y la pizza es uno de sus mejores ejemplos.
La familia Condurro, propietaria de este mítico local, abrió sus puertas en 1870, poco antes de que la reina Margherita Teresa de Saboya diera relumbrón a la famosa pizza que lleva su nombre, y desde entonces amasa cada día la base de un modo de comer que ha dejado de ser únicamente napolitano para formar parte de la alimentación mundial. Esta simple mezcla de harina, agua y sal, y un chorrito de aceite de semillas, esta masa povere y simple, cocida al horno de leña menos de un minuto entre 450 y 500 grados, es ahora Patrimonio de la Humanidad, según la Unesco, un logro y un honor sin parangón en el mundo de la alimentación.
Pero, como toda forma de comer, la pizza napolitana lleva implícita una forma de vivir. En primer lugar, como ya hemos dicho, la masa es fina y grande, se cuece a toda velocidad en un enorme horno de leña y no suele llevar ninguno de los extraños ingredientes a los que nos tienen acostumbrados las pizzería ajenas a la tradición napolitana. Los pizzaioli son muy estrictos con todo ello. 36 horas de fermentación y nada de piñas, ni salsas barbacoas en sus creaciones. Eso las hace ligeras y digeribles, por muy enormes que lleguen a la mesa, sobresaliendo del plato. Basta un buen tomate de Campania y mozzarella, una flor di latte, unas hojas de albahaca, tal vez unas anchoas, unas alcaparras y ya tendrá sobre la mesa una pizza de escándalo. Eso sí, después de esperar pacientemente en la calle, a no ser que sea previsor y llegue a una hora temprana, pues en Da Michele, como si en el mismo Nápoles hubiera aterrizado, no le reservarán mesa y la ocupará en un comedor sin formalismos, mientras oye vociferar a los camareros. Se llevará el trozo de pizza a la boca con las manos, como la mismísima Julia Roberts en Come, Reza, Ama, cuya imagen le observará desde una pared como susurrándole: ¡Disfruta y olvídate del resto! y probablemente se acabará toda la pizza contra todo pronóstico.
La carta no es demasiado larga, algún entrante para los más hambrientos elaborado con masa de pizza frita, le llaman Don Luigi y se acompaña de una stracciatella y un buen tomate de campania, y algunas variantes de las pizzas como los calzones o pizzas dobladas en forma de enorme empanadilla, y la más auténtica de todas que solo podrá probar en esta pizzería que lleva un salami de cerdo casertano o cerdo de la región y tres tipos de queso, entre ellos un Peccorino DOP que le hará olvidar lo que probó hasta el momento. Buon appetito!
Da Michele
Calle Consell de Cent número 336
