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Ignacio Peyró. Comimos y bebimos: notas de cocina y vida. Libros del Asteroide

comimos y bebimos  En Comimos y bebimos: notas de cocina y vida,  su autor, Ignacio Peyró, pone desde el principio las cartas sobre la mesa:

«Dejaré clara mi posición. Culinariamente, soy un tradicionalista curioso o un observador abierto. Detesto la cocina trampantojo y la nueva moda cuquicursi, y más que el barroco tecnológico o la fusión me interesan los cocineros que rebuscan en una tradición dada y la refina. Me desalienta el restaurante como parque temático y me fastidia – como si sirviera de algo- toda comida que se lo ponga difícil a la conversación o al vino. Prefiero el hedonismo lento y no creo que nunca transija al deshonor de aguardar cola bajo la lluvia para un ramen. Llevo a las malas la obligación contemporánea de ser gourmet y huyo del cocinillas cargante.  No desaprovecho una ocasión – también aquí- para dejar pasar de largo las polémicas y las modas del día. Echo de menos una cocina pegada a los ritmos del año y capaz de distinguir el tiempo ordinario de la fiesta, y aunque me gusten las almejas grandes como el puño de un niño, creo que un genio de la cocina popular puede arreglárselas para ennoblecer una materia prima solo corriente o hacer primores con alimentos considerados mediocres. Admiro los restaurates que son más cocnocidos que su chef y, si desconfío del artistazo en la cocina».

De no ser así, pensé, jamás hubiera podido escribir este libro que entronca con la tradición de grandes escritores de lo gastronómico, porque tal vez hubiera estado sentado a mi lado, como un condenado a galeras, en una convocatoria de prensa, en una inauguración, en un evento cualquiera, con los ojos pegados al móvil y el número de seguidores escrito en la frente, despojado  para siempre  del placer de comer y conversar, incapaz de articular una frase que no esté preñada de algún anglicismo del márqueting digital…. Y jamás nos hubiéramos conocido.

Sin embargo, esta no es la negra suerte de este joven director del Cervantes londinense. Su escritura lo delata como paladeador  de obras de Cunqueiro, Pla, Perucho, Domingo, Camba, o Montalbán y algún otro consagrado autor de las letras anglosajonas, mundo por el que se mueve como Peter por su club.  Se mece entre el lirismo del gallego, la socarronería del empurdanés o el latigazo de un Camba,  aunque advierto que es su señora madre quien le pone los pies en el suelo con esa cocina reparadora de pocos ínfulas y mucha desenvoltura (así arda Roma), con cierto «desdén aristocrático hacia su propio talento», como él mismo afirma.

Sus notas de cocina y vida están divididas por meses porque, como el bien dice, la cocina es cíclica y está impregnada de escarcha en enero y de hierbabuena en mayo. Cada nota es una mesa distinta, a veces mordaz, a veces reflexiva y poética, y a veces, para compensar, sale del  aterciopelado saloncito del té  y se adentra  en el  mundo de las machadianas moscas vulgares para regresar de una gasolinera de secano con un oporto que debía ser muy vintage, stricto sensu.

Entre París y la carretera de Madrid a Extremadura están las mesas de este autor que jamás hará una crónica, ni quizás una novela donde el chef sea el protagonista o el cadaver que surge del congelador convertido en falafel, que son los dos polos en los que se mueve la literatura gastronómica hoy en día, por llamar de algún modo a los escritos  actuales en los que la cocina no es más que un escenario de cartón piedra, porque todo lo que allí se cuece/escribe es tan vacuo como lo que sale de un sifón.

Comimos y bebimos no tiene  ni trama, ni pretensión, ni  más premisa que la de recordar al mortal lector que  solo hay una  forma de vencer a la estupidez humana y a la muerte por asqueamiento que es comer bien, hablar mejor y leer con el mismo placer con el que se ha hecho lo anterior, porque de lo contrario es mejor volver a arrancar bayas, rapiñar algo por el monte y esperar a que nos devuelvan al estado de las alimañas, si es que alguna vez salimos de ahí.

Peyró, como buen escritor, es un observador de las pequeñeces, llámesele  caviar, llámesele amistad adolescente e imborable con mudanza incluida, llámesele paella en drama menor  y cena en terraza con vistas al Sena. Naderías. Esas son las cosas trascendentes que suceden en nuestras mesas y que solemos llamar vida.

 

 

 

 


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Por Ines Butrón
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