No hay plato más festivo que un arroz. Sea éste la paella más ortodoxa o la cazuela de arroz caldoso más extravagante, todos los arroces tienen ese aire de convivialidad que tan bien resume la mesa.
Son platos redondos, como los arroces que utilizamos- casi siempre variedad bomba, del Delta de l’Ebre o de Calasparra-,barrocos, opulentos. Buscan el éxtasis del comensal y su asombro, el recuerdo de un día y un arroz antológicos.
Este es el país del culto a la paellera, al caldero, a la greixonera. En todos estos artilugios culinarios se cocinan desde hace siglos arroces de todas las temporadas y de todos los gustos, con aquello que dé la tierra o el mar. Tenemos cocineros de fama internacional que bordan platos de arroz primorosos, como Quique Dacosta, y amas de casa que conocen todos los secretos de la leña, los sarmientos o el carbón, curtidas ellas en paellas dominicales para cientos.
En casa nos gusta celebrarlo todo con un buen arroz. Los santos, los cumpleaños, los días señalados de cualquier cosa, los éxitos, e, incluso, eso que llamamos “fracasos” se minimizan cuando a tu lado alguien decide que es el momento de comprar un poco de marisco para un buen arroz. En catalán solemos decir ” a les penes, punyalades, i a darrere, gots de vi” . Y es que somos parte de una cultura mediterránea, nos gusta abrir un vino y comer, sentarnos a la mesa y compartir, para que todo cuanto haya de bueno tenga sentido, para que lo malo se haga más llevadero.
Por eso hoy vamos a preparar este magnífico arroz de bovagante, porque estamos un año más juntos en esta primavera repetida y nueva, porque el Día de la Madre es un invento comercial perfecto para que alguien cocine y se siente junto a los suyos.