arroz con conejo

El arroz con conejo es uno de mis preferidos. Es un arroz humilde, campero, repudiado por muchos que ven a los conejos como alimentos de poca monta. Para mí el arroz con conejo y lo que sea ( setas, alcachofas, costilla, guisantes, caracoles, habas) es un arroz supremo porque su mérito reside, precisamente, es sacar todo el partido a un animal – hoy en día, de granja- que no es, precisamente, el colmo del sabor. Con un bogavante, una centolla o una pularda, incluso un conejo de monte o una liebre,  todo el que se adentra en el mundo arrocero juega con ventaja. Siempre he pensado que con unas trufas y un poco de foie todo está bueno. De hecho,  es el truquito del restaurador poco hábil que justifica el  precio abusivo de un plato mediocre por el uso de  un miligramo de cualquiera de estos  producto exquisitos.

Sacarle brillo a un arroz con conejo es como usar casquería o cualquier ingrediente de segunda división.  O le das mucha vida  y mucha maña, o sirves un plato insulso y le das a la razón a los inquisidores del arroz con conejo.

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Dicho esto, hoy tengo capricho de arroz con conejo, porque cuando las cosas se ponen feas, yo quiero tener la barriga llena y pensar- libremente- bajo el embrujo de una cierta,  pequeñita felicidad, un estado fugaz de claridad mental en medio de este caos de gente que no sabe lo que es una mesa compartida:  Como, luego existo.