Arroz con senderuelas, carreroles, senderilllas, carreretes, moixernó…… Esta pequeña seta de los mil nombres, un punto dulzona, seta de primavera y verano,  se vino conmigo en el maletero desde El Pallars,  junto con quesos de pastor, de cabra, principalmente, algún xolis y una girella o embutido de cordero, muy apreciado y escaso en estas tierras de montaña donde pasé unas minivacaciones.  Llegaron, eso sí, deshidratadas, que es la forma más fácil de conservar eternamente una seta de otra temporada. Algunos objetarán que ha perdido su perfume y su textura. Obviamente, no podemos saltearlas, o hacer una ensalada con ellas. Pero sí  creo que sirven para hacer platos donde lo importante es el sabor que se extrae de la propia seta una vez rehidratada y, sobre todo, del caldo oscuro que dejan al pasar por ese proceso de resurrección. Caldo, que por otra parte, es perfectamente reutilizable para hacer  fricandós o carne de ternera con setas- son más gustosas que los rovellons o níscalos- arroces, cazuelas, pastas o cualquier cosa que se os ocurra donde queráis ese toque de bosque.

 

bastante bien

Pero, en realidad, esta deliciosa y delicada seta que hoy preparo  en forma de arroz sencillo con unas simples salchichas y verduras,  como más me gusta es recién traída del campo y en tortilla.  Una cena que era un prodigio de sencillez y maestría. Para ello necesitaría volver al pasado, sentarme en la mesa de nuestra  cocina y empezar a sacarlas con cuidado de la cesta de mimbre que mi madre usaba para sus salidas al campo- siempre encontraba algo comestible -, limpiarlas una a una,  con un paño limpio y siempre bien planchado,  poner una gota de aceite en una sartén, unas láminas de ajo muy finas, como cortadas por la cuchilla de un mafioso, no muchas, con tres basta. Después, echar las setas, darles un golpecito rápido de muñeca con un fuego alegre mientras yo batía los tres o cuatro huevos, picarles perejil fresco  y añadirlo una vez meneados con un  tenedor, echarlos en la sartén donde las senderuelas ya  chisporroteaban, enteritas, jugosas, darle unas vueltecitas  al conjunto sin quemar los huevos,  despegarla con delicadeza e ir envolviéndola sobre si misma, aupando la sartén, ahora de un lado, ahora del otro, como una equilibrista sobre el fuego,  hasta que quedaba una tortillita de senderuelas jugosas que yo ponía encima de una rebanada de pan de pagès  bien untada de tomate «de penjar«.

muy bien

A María Parra.