El bacalao dorado o a brás es, junto con los boulinhos de bacalao, una de las primeras recetas portuguesas que conocí, allá por el año 1980, cuando pisé por primera vez una Lisboa que aún lucía su precioso casco antiguo. Entonces, era fácil entrar en una de aquellas tabernas de pescadores que hacían toda clase de platillos sencillos y humildes, pero muy sabrosos y, obviamente, muchos de ellos contenían bacalao, ese pez que cambió la alimentación del mundo:
El bacalao dorado es otra de mis muchas debilidades de la gastronomía portuguesa, un plato de una sencillez exquisita, una receta que en origen es muy pobre, pues se trata de aprovechar los retales de una pieza de bacalao, pero unida a unos simples huevos bien frescos, unas patatas bien fritas y crujientes y cebollas bien pochadas resulta un acierto total, una combinación deliciosa y al alcance de todos. Por otra parte, este bacalao dorado es, como muchas de las recetas lusas que he probado en mis viajes por Oporto, Lisboa, el Alentejo o el Algarve, una receta donde se utilizan técnicas y utensilios muy básicos- basta con una sartén y un cuenco-, como es habitual en la cocina tradicional de raíz popular, lo que las convierte en esas perfectas comidas caseras, gustosas, confortables, que todos tenemos ganas de volver a disfrutar.
Por eso, en esta ocasión me decantó por este bacalao dorado y os animo a que vosotros también lo probéis. Os sorprenderá comprobar lo bien que se puede comer con cuatro productos tan humildes en esas casas portuguesas que tan bien describía Amalia Rodrigues. Buen provecho!