El bacalao dorado o a brás es,  junto con los boulinhos de bacalao, una de las primeras recetas portuguesas que conocí, allá por el año 1980, cuando pisé por primera vez una Lisboa que aún lucía su precioso casco antiguo. Entonces, era fácil entrar en una de aquellas tabernas de pescadores que hacían toda clase de platillos sencillos y humildes, pero muy sabrosos y, obviamente, muchos de ellos contenían bacalao, ese pez que cambió la alimentación del mundo:

Boulinhos4

El bacalao dorado es otra de mis muchas debilidades de la gastronomía portuguesa, un plato de una sencillez exquisita, una receta que en origen es muy pobre, pues se trata de aprovechar los retales de una pieza de bacalao, pero unida a unos simples huevos bien frescos, unas patatas bien fritas y crujientes y cebollas bien pochadas resulta un acierto total, una combinación deliciosa y al alcance de todos. Por otra parte, este bacalao dorado es, como muchas de las recetas lusas que he probado en mis viajes por Oporto, Lisboa, el Alentejo o el Algarve,  una receta donde se  utilizan técnicas y utensilios muy básicos- basta con una sartén y un cuenco-, como es habitual en la cocina tradicional de raíz popular, lo que las convierte en esas perfectas comidas caseras, gustosas, confortables, que todos tenemos ganas de volver a disfrutar.

Por eso, en esta ocasión me decantó por este bacalao dorado y os animo a que vosotros también lo probéis. Os sorprenderá comprobar lo bien que se puede comer con cuatro productos tan humildes en esas casas portuguesas que tan bien describía Amalia Rodrigues. Buen provecho!

revista

 

Una Casa Portuguesa

En una casa portugesa queda bien,
pan y vino sobre la mesa,
y se alguien toca humildemente la puerta,
se sienta en la mesa con nosotros.
Queda bien esta franqueza, queda bien,
que el pueblo no desmiente.
La alegría de la pobreza,
está en esta grande riqueza,
de dar, y quedar contento.
Cuatro paredes calladas,
un olorcito a romero,
algunas uvas doradas,
dos rosas en un jardín,
un San José de azulejo,
más el sol de la primavera…
Una promesa de besos…
Dos brazos que me esperan…
¡Es una casa portuguesa, con certeza!
¡Es, con certeza, una casa portuguesa!
En el confort pobrecito de mi hogar,
hay hartura de cariño.
Y las cortinas de la ventana son  la luz de la luna,
y el sol que la toca.
Basta poco, poquitito, para alegrar,
una existencia simple.
Es solo amor, pan y vino
y un caldo verde, verdecito,
fumigando en el cuenco.
Cuatro paredes calladas,
un olorcito de romero,
algunas uvas doradas,
dos rosas en un jardín,
un San José de azulejo,
más el sol de la primavera…
Una promesa de besos…
Dos brazos que me esperan…
Es una casa portuguesa, con certeza!
¡Es, con certeza, una casa portuguesa!
¡Es una casa portuguesa, con certeza!
¡Es, con certeza, una casa portuguesa!