Imagen: Toni Butrón.
Mientras preparo esta crema de castañas, recuerdo a Juan Felipe Vila, un gastronómo de los setenta del siglo pasado un tanto olvidado, escribía en su libro Alacena y Bodega que la mejor época para el buen comer era el otoño. Y en cierta medida es así.
El otoño es la vuelta a los fogones tras los calores infernales que nos obligaban a refugiarnos en platos frugales, fríos y con poca cocción. Los productos del verano fueron la explosión del sabor, su exaltación y la de la vida en su máximo apogeo. El otoño es introspectivo, lánguido, ama la lumbre y el recogimiento, virtudes todas ellas muy propicias a la buena cocina. Pero, además, en ese periodo de búsqueda interior que representa la llegada del frío, es cuando ven la luz productos únicos, milagros de una naturaleza que, a pesar de su manoseo constante, aún es capaz de regalarnos verdaderas joyas gastronómicas en estado primigenio.
Me gusta, y es el objetivo de este blog, cocinar con lo mejor de cada estación. Y el otoño es tremendamente inspirador, rico, suculento, cálido y misterioso. El bosque es su reino. Las setas y las trufas, sus pequeñas hadas. Pero también productos más humildes que recogemos de los viejos árboles, como las castañas, las nueces o los higos, tubérculos dulzones, como las batatas o boniatos, o las terroríficas y orondas calabazas, las reinas de la huerta otoñal, con sus extrañas formas retorcidas y su regusto a olla prehistórica. Las frutas son ahora también más dulces, melosas, coloridas. Palosantos, membrillos, chirimoyas o granadas han acaparado horas de sol estival en su interior para dar luz y sabor a la época de la oscuridad estacional.
Esta crema que hoy os presentamos está inspirada por todos estos elementos otoñales que tenemos a nuestra disposición en los mercados y que tan sugerentes resultan a poco que nos fijemos en ellos y sus posibilidades. Primera receta, pues, de un menú otoñal cargado de perfumes sutiles y crujir de hojas secas.
Imagen: Otoño. Toni Butrón