Último platillo de habas frescas de la temporada. Las últimas ramas que quedaban las tronchó la tormenta y decidí recoger las pocas vainas que quedaban. No eran muchas y, probablemente, podían estar duras porque las había tan gordotas que parecía mentira que pudieran incluso comerse. Pero como no tenía nada que perder más que un poco de tiempo del que ahora, para bien o para mal, no ando escasa, me podía permitir el lujo de desgranarlas e intentar algo con ellas.

habas perfecta

Por otro lado tenía a mano también el último de mis manojos de ajetes o ajos tiernos-más allá de la primavera prefiero no usarlos y reemplazarlos por cebolletas-, menta en abundancia que crece por doquier en esta época,  un poco de bull negro y un poco de butifarra blanca que siempre tengo a mano. De hecho, estos embutidos típicos catalanes, los utilizo mucho más para cocinar que para comer en crudo, aunque con un buen pan con tomate están de muerte. Pero yo suelo hacer como nuestras madres y abuelas, me gusta que los embutidos tengan esa antigua función de proveer de proteína y grasa animal cuando se carece de otras que puedan suplantarlas. En tiempos de carestía,  una buena despensa bien surtida, tras la matanza invernal,  de chorizos ahumados, picantes, morcillas, panceta, butifarras, sobrasadas, longanizas, costillas en adobo, etc, garantizaba casi toda la carne  que se iba a consumir a lo largo del invierno en los densos potajes y pucheros de legumbres y verduras.

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Este platillo de habas es, pues, esa última forma de comer legumbre primaveral antes que el ciclo del tiempo nos meta de cabeza en las hortalizas del huerto. Disfrutad de ellas junto con unos buenos guisantes, unas alcachofas, unos ajetes y su poquito de untuosidad en forma de butifarra o bull negro. Son uno de esos  platos populares que  en los que se agradece que menos sea más. Buen provecho!