Una ensalada de couscous o tabouleh marroquí es una de los platos que más nos apetece comer en estos días de intenso calor, pero no siempre utilizamos los mismos ingredientes, y, en este caso, ni siquiera los mismos recipientes para servirla.
Como siempre ocurre en cocina, como en tantas otras cosas en la vida, la ideas surgen cuando menos te los esperas y casi siempre responden a la necesidad de aprovechar aquello que tienes a mano. En este caso, las primeras calabazas que hemos plantado están dando una cantidad de frutos exagerados, y, ante la imposibilidad de dejar que las matas- preciosas, por cierto- acaben por desbordar el espacio del que disponemos, hemos decidido quitar unas cuantas. Al arrancar algunas de esas preciosas ramas y hojas trepadoras, las flores ya no darán sus frutos, pero algunas de ellas, las plantadas más tempranamente, estaban ya creciditos y listos para empezar a madurar de cara al otoño.
En sus inicios, podrían parecer calabacines, pues son verdes por fuera, pero al abrirlas veréis que son calabazas aún no maduras, hay más pepitas en su interior y menos carne, por lo que me pareció interesante utilizarlas como recipiente de una ensalada de couscous. Al fin y al cabo, una vez vacía, es tan dura como cualquiera de esas calabazas que nuestros antepasados usaron en la prehistoria para cocer sus primeros platos de cereales y legumbres.
Así que, dicho y hecho, la vacié y la rellené con lo que tenía a mano en mi nevera y el resultado fue, además de sabroso, apetecible y refrescante, algo más original. De vez en cuando es divertido salir de la rutina. Buen provecho!