El inicio de esta semana del último gran puente por dinamitar se inició en la Ciudad Condal con el salón Barcelona Degusta, proclamado a bombo y platillo como el paraíso del gourmet. Más por razones de trabajo que por deseo expreso de unirme a tan selecto grupo me dispuse el sábado día 3 a recorrer stands y a recabar toda la información posible sobre productos, tendencias y, por qué no, a asistir a las charlas que se me pusieran a tiro. Haberlas, las había atractivas: al límite de lo comestible, la de Xesco Bueno hubiera sido una buena opción, de la misma manera que tenía previsto volver al día siguiente para asistir a la mesa redonda de la Fundación Alicia sobre productos, territorio y sostenibilidad y alguna que otra conferencia-cata sobre carnes no me hubiera ido mal, habida cuenta de la vuelta a los ruedos gastronómicos de las carnes rojas bien reposadas, tan denostadas en los últimos años como culpables últimos de todos los infartos del país.
Pese a mi buena fe y mejor voluntad, una sensación de frialdad y desazón se apoderó de mi a la media hora de recorrer el pabellón: desangelado, triste, falto de gusto, tapas de aspecto reblandecido en platos de plástico a precios no tan módicos, personal parco en palabras y con un público más dado a dejarse llevar por las grandes marcas ( léase Damm/Adrià, Aneto) que a preguntar e interesarse por las características de los quesos, caviares, ostras o corderos. Nada me pareció lo suficientemente apetecible como para llevármelo a la boca, cosa extraña en una servidora que pierde el oremus en cualquier mercado, mercadillo o feria que se precie.
La luz blanquecina de los fluorescentes junto con las mesas salpicadas, la voz temblorosa de aquella megafonía de showmans y oradores en medio del barullo, la enorme caja de cartón con grifo del que brotaba el caldo de navidad, los celíacos, el temor al asalto de un vegano feroz, los zumos de la Boquería pero sin la Boquería, dos cuadros de pin-ups en un dinner americano sin americanos, una haima de Port Aventura, una Galicia reducida a una triste empanada reseca, el empeño por colarme la cerveza- artesana- hasta en la butifarra, los omnipresentes y empalagosos cupcakes, las chucherías, la cola para conseguir un café….. Mi gozo en un pozo.
Tal vez esto sea el paraíso de un gourmet, pero no el mío. Los paraísos, incluidos los artificiales, se los llevó la desgana de la mano de la chapuza, cuando no el snobismo y la caricatura de la caricatura de una moda, el sectarismo alimentario, la obsesión editorial por meter en la cocina a toda estrella mediática que se deje poner un mandil, la thermomix con aires de Gracita Morales, la levadura madre y las madres que hacen dietas sin pan, el show, el cooking, el overbooking, el latte art y el hight tech, el coreano- ¿o es tailandés?- que me mira por encima del hombro, el sumo pontífice de la creatividad culinaria y la paranoia por el KMO.
Esto no es precisamente el paraíso, pero sí es el reflejo de mi sociedad: contradictoria, consumista “ilustrada”, nacionalista y globalizada a partes iguales, recelosa de lo que engulle, orgullosa de lo que engulle, inútil y pretenciosamente gourmet:
“La gastronomía es un saber gratuito donde los haya, porque modifica artificialmente la relación saber-necesidad de la alimentación. Sólo se puede reivindicar desde un espíritu lúdico que implique la misma toma de posición sobre la gastronomía, y en cuanto el gourmet cae en la tentación del sectarismo y el dogma, se convierte en un pedante artífice de la nada.
El gourmet es otra cosa. Es un sacerdote ensimismado, esclavo de la drogadicción del sabor singular y envilecido a partir del momento en que se socializa, desde la dimensión del grupo de iniciados hasta la de la sabiduría convencional de una mesocracia del paladar. Normalmente el conocimiento gastronómico me parece una tarea menor, pero por eso me apetece, en un contexto en que todo saber menor se esfuerza por ponerse tacones postizos que aumenten su estatura. La gastronomía tiene una lógica y una estructura sociológica que refleja la sociedad que la contempla”.
Manual Vázquez Montalbán. Contra los Gourmets.
Toni Butrón
diciembre 7, 2011 @ 19:46
Jooodeeer! Cómo me gusta cuando dicen las cosas por su nombre! Te vas a tener que contratar seguridad personal. Me gusta mucho.