Y llega la Semana Santa a las dolorosas tierras del secano español en medio de una lluvia de llanto. Ojeo fotos de niñas vestidas de corto y merceditas de charol, enarbolando largas palmas con caramelitos de colores que colgarán, tristes y secas, en los pobres balcones de jilgueros y botellas de butano.
Reprimo mi nostalgia y mi ira en medio de un fogón en el que preparo el mismo potaje de vigilia de siempre a la espera de una resurrección que nunca llega. No encuentro consuelo. ¡Si pudiera unirme a las plañideras televisivas, a los nazarenos berenjenas que se cubren el rostro, a las vírgenes de cera que derraman lágrimas, a las señoras de ilustres mantillas que encaraman sus pecados en peinetas altivas, al Cristo gitano que se desangra y al pueblo que le reza, a los tambores que le plantan cara a la muerte, a las humeantes sartenes de pestiños al amanecer! ¡ Si pudiera….. cantar saetas y lanzar saetas, arrancar espinas y volverlas a clavar, cubrir heridas viejas con sábanas blancas y descubrir heridas nuevas con sábanas blancas! Si pudiera….
Este Vía Crucis inacabable es áspero y seco, y duro, y amortajado como un bacalao en su llauna. ¡Este duelo es tan largo y está tan hambriento! Despojado de tocino, de pringá, de manteca colorá, de chicharrones y de costilla salá. Este duelo se flagela con sardinas en escabeche, habas, alcauciles y chícharos y reza por la salvación del alma, sin alma y sin fe.
Llueve en Sevilla. La ciudad de los naranjos, el Río Grande y las gordales con manzanilla. Llueve con relámpagos y truenos furiosos con las muertes tempranas y las voces tardías. Llueve y me recojo, como ella, en el silencio de esta cocina, hablando bajito con los borbotones amarillos de las cazuelas de chocos con papas. .