Como muchas veces me ocurre, ayer asistí a una cena de trabajo en la que coincidí con varios amigos que han hecho de la gastronomía su modus vivendi, incluidos, cómo no, aquellos que optaron por la virtualidad y la cocina 2.0.
Charlando con Lila Ortega de muchas cosas, surgió de nuevo el tema del éxito indudable del blog de recetas, las miles de visitas que puedes llegar a recibir con una entrada de ensaladilla rusa. Yo nunca he creído, en cambio, en el interés que pueda suscitar uno de mis platos de diario, excepto para mí misma y los abnegados miembros de mi familia que sobreviven gracias a mis rústicos guisos y mis ranchos de mercado. Platos donde la mayoría de las veces son resultado de una consigna no escrita: no se tira nada.
Aunque intento cocinar lo mejor que puedo, conjugar recursos, tiempo, necesidades nutricionales varias, horarios distintos, la propia rutina de la compra semanal en el mercado, el cansancio hace mella en mi a estas alturas del año hasta el punto de que una pierde la perspectiva de las cosas y acaba creyendo que su esfuerzo no pasa de una mediocridad comestible, cuando los eresultados de ese «aquí no se tira nada» son, a veces, más que sorprendentes.
La cocina doméstica no tiene nada de «mágica» ( Adrià, dixit) y sí de pragmática. Precisamente, entre las muchas leyes que gobiernan mi cocina, igual que las de muchas otras familias, es ¡AQUÍ NO SE TIRA NADA!, un lema que permite dar una nueva vida a restos o platos que se quedaron arrinconados tras la cena del día anterior, congelados hasta nueva orden o, simplemente, envasados hasta que te acuerdas de ellos por necesidad. Uno de los inconvenientes de la comida familiar- como en cualquier otro tipo de empresa- es conseguir el máximo aprovechamiento de los recursos, del estok, para no descompensar un presupuesto que hoy, más que nunca, es escaso.
Le explico, pues, a Lila la cena que he dejado preparada en casa mientras yo charlo yo con ella en esta agradable terraza barcelonesa- mamá nunca se va de casa sin poner la mesa:)– y le prometo que la explicaré en un post. Vaya por delante que es una comida preparada con sobras y que el fotógrafo – un adolescente hambriento- hizo lo que pudo. No añado cantidades porque no sé lo que os va a sobrar a vosotros. Si no tenéis alguno de los ingredientes, da lo mismo, cambiadlo por algún otro. Cocinar, imaginar, inventar, aprovechar…. “La verdadera cocina creativa es la que hace las mujeres con el sueldo del marido” ( Leo Harlen )
Os explico, pues, como hacer esta sopa con hatillos de col rellenos de carne picada y butifarra negra que os va a encantar si sois tan soperos como nosotros. Porque aquí, no se tira nada.
Preparad en un bol una mezcla de carne picada de cerdo ( un resto que congelé tras un mal cálculo para una bolognesa gigante) , pan de molde sin corteza remojado en leche (el que todo el mundo deja olvidado en la cesta del pan), butifarra negra picada en trocitos pequeños ( la que te quedó del último plato de habas a la catalana) , un huevo( que sea majo y bien fresco, con los huevos no se juega) y un poquito de pan rallado.
Aprovechad las hojas más grandes y feotas de una col,( con el resto, ya que nos ponemos, podéis haced un trinxat) lavadlas bien y escaldadlas en una olla hirviendo unos minutos.
Rellenad las hojas de col con la preparación porcina, bridad las hojas y dejarlas hervir en un olla de caldo de carne y verduras que ya tenía hecho previamente y que congelé el mes pasado. Dadle una forma bonita, la verdura ha de entrar por la vista. Añadid un poco de pasta o arroz al caldo para que el plato sea más completo y, si queda relleno, haced unas albondiguitas. Se las comerán bien los niños, los mayores y los ancianos inapetentes.
starbase
junio 5, 2012 @ 16:56
Lo del adolescente hambriento me ha llegado al alma :D. Un 10 para él y su disciplina!!
Lila Ortega
junio 5, 2012 @ 18:07
Ines!!!
qué alegria me has dado chica : )
Muchas gracias por tener en cuenta mis comentarios, me siento totalmente honrada.
Fue un placer compartir manteles contigo, espero que haya más.