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Biografía

Can solé: la Barceloneta un siglo después

Dicen los del barrio cuando salen de sus calles que van «a Ciutat», convencidos  de que ellos son de otra estirpe, que el ruido está más allá, que las barcas y las redes forjan otras gentes. Y probablemente es así, porque en la Barceloneta se vive de otro modo, o cuanto menos,  se come de otro modo.

Los tiempos y la necesidad de hacer más habitable el barrio han traído el cosmopolitismo y la fusión, la mezcolanza de lenguas, de culturas,  pero  sus restaurantes y sus casas de comida se resisten a perder su idiosincrasia, son las trincheras de unas  gentes que tienen sus propias Bastillas culinarias. Desde Can Ramonet, al Suquet de l’Almirall, pasando por la humilde y concurridísima Cova Fumada, la increíble barra del Vaso de Oro o el venerable can Solé con su siglo a cuestas, la gastronomía barcelonesa  tiene en los  longevos locales de la Barceloneta unos defensores de la cocina marinera, de los platos de barca– algunos en vías de extinción-, como las sabrosas y barrocas zarzuelas que tanto adornaron las mesas festivas de este país allá por los 70. Tiene la Barceloneta y este, su can Solé centenario y venerable, un no sé qué de melancólico en este verano remolón. Serán las caras que me miran desde la eternidad de papel- blanco y negro con pose de actor-, serán las baldosas impolutas a golpe de bayeta,   las viejas vigas de antigua tienda de ultramarinos, las mesas inmaculadas con mantel de algodón, de fiesta mayor, los arroces que veo pasar en brazos de camareros que lo mostrarán con ligera reverencia.

Me preguntan si hacía tiempo que no venía a comer por la casa y lamento decir que olvidé la fecha de mi última visita, pero no borré, en cambio, la sensación de bienvenida, la felicidad de ese otro verano en que el vestido de domingo cosido exprofeso para la ocasión colgaba  de los bordes de la silla, la  servilleta en la falda, la mirada de los míos alrededor de tan lucida mesa.

Festines de otros tiempos que tienen, todavía hoy, un lugar  reservado para las grandes ocasiones, redondas como las paelleras,  soberbias como bandejas de frutos de mar. Imagen: issacevedo.wodpress.com

Josep María García, regente de esta nave desde 1995,  no ha invitado a celebrar este centenario que tanto honra al barrio. Tiene en su haber el Premio Nacional de Gastronomía, la placa de honor al mérito turístico de la Generalitat de Catalunya, además de ostentar con orgullo el sello de cocina catalana en la fachada de sus restaurante.

El menú elegido es una muestra de lo más florido de la carta, coronado, como no podría ser de otro modo, con un arroz caldoso de vieiras y erizos, bien meloso. Como entrantes nos sirve una bandeja de mariscos al vapor, sencilla preparación de las que nunca fallan si la materia prima es buena, unas deliciosas croquetas de foie y jamón de bellota, buñuelitos de bacalao bien fritos, unas sepias,  con un tomate casero de los que necesitan media jornada de cocción lenta, que se deshacían en la boca y una butifarra  frita con pimientos del padrón muy golosa, de las que invitan a un trago.

Me cuentan, antes de irme,  que Montalbán  se pirraba por el arroz con espardenyes. Yo anoto que para la próxima ocasión me decantaré por un arroz de los negros, negros, contundente, sabroso, con sepietas y un espeso  all-i-oli, al estilo del Ampurdan. Luego me reservaré la tarde para callejear por la  Barceloneta mirando balcones, comprando buen pan o tumbada en la arena digiriendo felicidad en estado puro.


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Por Ines Butrón
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