¿Podemos seguir usando la expresión exótica cocina después de más de cinco siglos? ¿Hay algo más propicio al intercambio cultural que una despensa? Si miramos en cada una de las nuestras nos parecerán pequeñas Torres de Babel de botes, latas, salsas, frutas, verduras, alimentos que antes- hace muy poco- nos parecían exóticos productos de exóticas cocinas y ahora están ahí junto con nuestros garbanzos ibéricos y nuestro tocino salado esperando a que alguien les de forma comestible. En esto, y en otras muchas cosas, estamos de acuerdo Lena Yau y yo, asesora literaria y degustadora en primicia de este libro, como lo estará cualquiera a poco que se marque una distancia patriótica entre sus platos y él.
A Lena Yau le pareció que este libro me gustaría, porque ella sabe que muchas veces hemos comentado de qué están forjadas las identidades culturales, hemos escrito sobre el poder de las lenguas y los platos, o sobre ambas cosas juntas, que viene a ser lo mejor de todo. Tenemos blogs que alimentamos con lo mejor de nuestras tierras, lo que nos quedó de aquí de allá. Ella pensó- y acertó- que este libro me gustaría porque está hecho/pensado/ cocinado por un venezolano, como Lena, que después de recorrer la carretera Panamericana y sus 25.000 kilómetros se trajo tal cantidad de cosas en la cesta que ya no pudo nunca más comer igual. Un largo recorrido le hace ver a uno las cosas más poliédricamente, lo que no está nada mal a la hora de comer. Al paladar, acostumbrado a pronunciarlo todo, lo que le va es la fusión, la fusión gastronómica de esas mil orillas que forman el continente.
Buen propósito, pues, para un libro de recetas firmadas por un venezolano afincado en Madrid. Las mezcolanzas y los batiburrillos culinarios panamericanos llegan en un momento en que, por fin, giramos la cabeza en el siempre soleado imperio de Felipe II, hacia las despensas de los pueblos de América, y no necesariamente para saquearlas, sino para saborear su exótica cocina.
Cualquiera que no esté ciego y tenga hambre dos veces al día verá que las calles de las ciudades como Madrid o Barcelona están llenas de Pisco, Mezcal, ceviches, tiraditos, tacos, fajitas... Nombramos al rocoto y a la cochinita pibil y nos quedamos tan anchos como antes lo hicimos con el sushi o los noodles. Y eso vale sobre todo para los cocineros. Al venezolano Emiliano Reyes ( a quien no le falta el sentido del humor junto con los otros cinco) tras viajar más que la Piquer, no debió parecerle bien que su cocina se quedara en márgenes gastronómicos estrictamente nacionales habiendo tanta cultura culinaria llamándole a gritos por esos mundos de Dios. Así que, desde entonces, se la trae al pairo que con el sushi no se haga socarrat, o que el hummus y el temaky no sean americanos, patas negras. Los alimentos tienen una carta de ciudadanía muy volátil, se pierden por las carreteras.
Las recetas de Emiliano Reyes están llenas de color y sabor, de chispa, de juego, de imaginación. Pero, no las siento tan lejos. De hecho, no las siento siquiera otras recetas. La diversidad en gastronomía, como en tantas otras cosas, es, a veces, una cuestión muy sutil. Emiliano Reyes lo explica mejor que yo. Es tan bonito su texto que no lo resumo por no rozarlo.
Es bien sabida la gama de productos que provee el vergel americano ¿por qué no están en su mesa tantas maravillas mexicanas? Si es Ud. de otro país, ¿cómo usted y sus antepasados han podido pasar un verano sin comerse un ceviche peruano? Yo descubrí tardísimo el gazpacho y así unos y otros nos hemos perdido años de disfrutarnos los unos a los otros, sintiéndonos peruanos, mexicanos, mexicanos o andaluces mientras bebemos y comemos, viajando sin movernos de una cocina y sus sillas. La magia de esta posibilidad es la que descubro y promuevo. El imperio de los sentidos americanos sin mezclarse con una virginal península ajena a lo que sucedía en los fogones de su colonia. Fogones que llegan ahora como príncipes dispuestos a encantarla. Yo propongo que lo haga con todos, que los mezcle, los deguste por separado y juntos. Al fin y al cabo, el producto que se engendrará es el baile pendiente separado por un charco, un encuentro último y definitivo del amor a la cocina que tanto tiempo estuvo separado.”
No me queda más que suscribir sus palabras.