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Codorniu: de la cartelería modernista a las ilustraciones de Conrad Roset

Codorniu cuadro casas

Esta semana vio la luz el nuevo spot de Codorniu, una campaña que retoma la tradición del cartelismo publicitario en su versión más artística, tal y como la iniciaran a finales del XIX Ramón Casas, Utrillo o Sunyent. En esta ocasión es la obra del joven ilustrador Conrad Roset lo que los espectadores podrán ver en sus pantallas en dos spots de animación llenos de luz y delicadeza.

Sin embargo, visto el spot, el estilo del artista catalán no parece estar en la línea de aquellos pintores de imágenes poderosas, trazo, fuertes tonos y rebuscada profusión decorativa. Sus acuarelas son diáfanas como las de los antecesores de los impresionistas,  los rostros se desdibujan logrando esbozos muy bellos  y efectistas, pero aquel  impacto visual que buscaban los cartelistas o las campañas de hoy en día, a golpe de sorpresa audiovisual, aquí se transforman en pura intuición estética, liviana y tenue. Una apuesta arriesgada para un grupo que compite con otra marca de cava donde el brillo acaba por cegar al espectador.

Personalmente me ha encantado esa apuesta por la belleza, el arte, la desnudez, casi, en algunas imágenes femeninas sin rostro, los guiños a iconos de la cultura artística catalana, la posibilidad de lanzar y difundir ( más, si cabe)  la obra de un joven talento, la apuesta, en definitiva, de una empresa  apoyando la cultura. El slogan de la marca  sigue siendo Somos Codorniu, desde 1551, que es tanto como decir nosotros inventamos el cava y todo lo que este representa en el imaginario mediterráneo: la celebración de la vida, del momento que pasa, de la belleza que nos rodea, de la mesa compartida. Es, sin duda, un slogan que denota orgullo, pero ya sabemos que desde las cavas de Codorniu, levantadas por Puig i Cadafalch, es imposible sentir otra cosa. Por otra parte, la imagen femenina, tan importante para la marca, está muy presente en el spot dedicado a Anna de Codorniu, algo  que Conrad Roset domina a la perfección. Su mundo de féminas es tan bello como perturbador, impresionante y algo impresionista  en su gusto por la acuarela, un mundo de mujeres que parecen diluirse en agua, en lágrimas, en color.

 

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Al margen de esto, los espectadores de este anuncio -y este quizás sería el propósito de este post-   deberían saber que ha habido épocas en las que los artistas  encontraron  cauces  para su arte en la incipiente industrialización, la riqueza que ello generaba y la intensa vida cultural que desde París se irradiaba a Catalunya. El modernisme català – movimiento al que pertenecía Ramón Casas, autor de «Ambar y espuma«,  cartel  que inicia este post-  fue el catalizador de una fiebre de renovación política, cultural y económica que hoy en día queda en algunos rincones de nuestra ciudad. Apreciar el trabajo de estos artistas en sus facetas de diseñadores, dibujantes e ilustradores  al servicio de marcas no sólo es posible en los museos y entre los patrimonios personales, como los de la familia Codorniu, sino que aparecen en rincones inesperados, recordándonos que el arte puede  (debe) estar en todos los momentos de nuestras vidas, también el de la publicidad.  Ya que la publicidad va estar presente en mi vida, prefiero que me deleite a que me avasalle.

Quedan, pues,  muy pocos antídotos contra la mediocridad que vivimos, poco más que algo de efímera belleza y una mesa compartida. Codorniu lo sabe.

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Por Ines Butrón
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