En estos últimos meses estamos viendo como algunos restaurantes emblemáticos de Barcelona reivindican orgullosos su papel en la historia gastronómica de esta ciudad, levantan la cabeza por encima de los cambios vertiginosos que estamos viviendo y reclaman formar parte del mapa de la restauración barcelonesa con todos los derechos. Últimamente he visitado Los Caracoles, El Carballeira, Can Miserias y ahora El Amaya con aquella agradable sensación de “volver a casa” después de un tiempo. Obviamente, nada permanece igual después de décadas, nada es estático, y mucho menos en el mundo de la cocina, donde el restaurador debe estar ojo avizor para detectar los nuevos modos de comer de sus clientes y ofrecer una oferta coherente a esos cambios. Es la eterna lucha entre conservar el sello y la personalidad culinaria y la imperiosa necesidad de no quedarse atrás en un inmovilismo obstinado e improductivo. Al fin y al cabo, el restaurador quiere ver sus mesas llenas y su negocio boyante.
Si hablamos del Amaya, uno de los grandes restaurantes de Barcelona, el más antiguo de los “vascos” de la Ciudad Condal, es muy fácil apelar a la memoria del estómago de los barceloneses. Cuando uno quería darse un buen homenaje a base de productos del Norte tenía una mesa en Las Ramblas. Entonces, “el paseo” era de todos y no existían recelos sobre la ubicación, el boom turístico no había enmarañado tanto el paisaje gastronómico de la ciudad. Hoy, los que continúan a pie del cañón, en este caso Laia y Mireia Torralba, hijas y nietas de propietarios del local, conscientes de esta situación compleja que vive el hostelero de Las Ramblas se plantean un doble objetivo: mantener fiel la clientela de siempre con la mejor cocina de siempre, atraer a las nuevas generaciones con un reclamo más informal, pero de igual calidad. ¿Cómo se consigue todo esto? Renovando el aspecto del restaurante y dándole un protagonismo a la barra que antes no tenía.
Así, ahora si se desea nos podemos sentar a comer en una de las mesas interiores y esperar nuestro buen plato de angulas, bacalaos varios, cocochas de merluza o las pochas guisadas de temporada, o bien comer en taburete con carta propia. Y esta fue nuestra elección.
Para empezar: caña y gilda: varía el continente, pero no el contenido.
La clásica ensaladilla rusa siempre entra bien.
Nadie le dice que no un fritura de croquetas: de pollo y de rape y gambas. Pecaminosas estas últimas.
Y quién se niega a un buen surtido de “pescaíto frito”? Composiciones envueltas en recipientes modernos para platos de siempre. La paperina de pescado tiene de todo y bien ejecutado.
Las tortillas de bacalao son mi perdición:) Babosas, untuosas, gelatinosas y demás cosas que hacen salivar….
Surtido de buenos productos: los imbatibles jamón de Jabugo Joselito y las anchoas del Cantábrico con pan de coca y tomate. Sin palabras:
La mano que mueve la cazuela: los poderosos. chipirones rellenos en su tinta, rabo de toro y puré de patatas trufado.
Los postres para los que siempre hay “hueco”: tocinillos versión vasca- tamaño entre enorme y gigante- y canutillos de crema con chocolate caliente. Uf!
Restaurante Amaya
Dirección: Les Rambles, 20. Barcelona
Horario: de lunes a domingo, de 9h a 24h
reauranteamaya.com