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Biografía
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Casa Leopoldo: detectives, cocineros y demás gente del hampa

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Entrar en Casa Leopoldo y no dejarse influir por el imaginario arrabalero y policiaco de Manuel Vázque Montalbán es imposible.  Su ideario idóneo de la nacional-nutrición estaba bien trufada de un conocimiento profundo de la cocina catalana y un paso intermitente, pero constante, por algunas casas de comida que repetiría una y otra vez en sus novelas policiacas hasta el punto que, en algunos casos, hemos olvidado el nombre del chef y del propietario, pero no el del plato o el del detective que se lo metió entre pecho y espalda.

Antes de escribir esta crónica retomo, una vez más, el gran manual gastronómico “Saber o no saber”, comprado en los tiempos en que Manolo (para los que lo conocieron) era jurado del Premio Sent Soví, que, por cierto, quedó finiquitado en el 2007 con una novela dedicada a Mercè Rodoreda (RIP la literatura gastronómica) y La Cocina de los Mediterráneos que consulto a menudo para asegurarme que lo desconozco casi todo en esta materia… Al inicio de esta edición de bolsillo hay una cita genial de El Balneario en la que Pepe Carvalho, a punto de salir de la cárcel, es dominado por una gula onírica:

Carvalho, hambriento, sueña con una pantagruélica vuelta por los restaurantes de Cataluña. Lo primero que haría sería dar una vuelta gastronómica a Cataluña, una suicida Grande Bouffe que empezaría por la Cerdaña, en el Hostal Boix, en Martinet de Cerdaña, luego can Borell, en Merenges,; el Bulli, en Rosas, el Cypselle en Palafrugell, El Big Rock, en Playa de  Aro; El Dorado Petit en San feliu de Guixols, La marqueta en La Bisbal; antiguas y nuevas querencias que sabían a trinxat, macarrones al romero, nouvelle cuisine perfumada por el Mediterráneo, sepias con habas tiernas, pies de cerdo con caracoles, bacalao al roquefort, arroces negros. Inevitablemente el arroz caldoso de la maría de cadaquès o del Peixerot de Vilanova o del Els Perols de l’Empordà en Barcelona. Pero antes iría al Hispania, y le diría a la señora Paquita: póngame de desayunar todo lo que pueda cenar en un mes con una cierta desgana, y saltaría como Peter Pan por los cielos en busca de las mesas barcelonesas de Casa Leopoldo o la Odissea o el Botafumeiro o La Dorada o Casa Rodri, en busca de conversación  y de paisajes gastronómicos suficientes para compensar aquel charco de caldo vegetal que le pudría el cerebro como si fuera un solaje de comidas imposibles”

A día de hoy este texto parece un monumento literario a los caídos, si no fuera porque la ola de cierre/aperturas, reaperturas con nuevos chefs/imágenes/interiorismo y cartas nos devuelve una de las mesas con las que soñaba el Carvalho famélico.

Como comentábamos al principio, su sombra detectivesca es tan alargada que, de hecho, mucha de la intelectualidad , o de la izquierda ya liberada del pecado de la gula tras  una penitencia de tres internacionales y un par de lecturas de El Capital en versión original, se enteró de su existencia gracias a las obras de M.Vázquez Montalbán. Allá descubrieron una cocina catalana pasada por el tamiz de  Rosa Gil, su propietaria de entonces, enamorada de lo taurino hasta las trancas y partidaria de la feliz convivencia entre la zarzuela y el rabo de toro. Todo muy barcelonés, muy arrabalero, con muchas luces, sombras, señoras con pelliza, cortinajes, fotos de la farándula y alicatados ad hoc.

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La crisis económica y el auge de lo insustancial y lo efímero- llamado también “tendencia foodie”- hizo que el local se fuera desmoronando, cayendo en un olvido polvoriento, sin gracia alguna, ni siquiera la de ser “vintage”, que es, por desgracia, adjetivo aplicable también a los gastronómico. El Raval fue convirtiéndose en objetivo de los turistas, que no lo había pisado jamás, a no ser que pertenecieran a la Sexta Flota, y de los empresarios de la restauración que vieron un filón multicultural para dar de comer lo que sea a quien sea. La cocina tradicional catalana, popular, la mesa de mantel blanco y el camarero con chaquetilla de Casa Leopoldo hicieron mutis por el foro y Rosa Gil cerró la persiana, harta ya de salir en documentales, pero con la caja vacía.

casa leopoldo croquetas de jamón

 

Y,  entonces,  llegaron ellos. Lo pintaron, lo limpiaron y lo alicataron de nuevo. Le sacaron brillo a las fotos, a los toreros y le dejaron el “alma”, pero le arreglaron el cuerpo maltrecho. Óscar Manresa, habituado ya a tocar más de una tecla en Barcelona y más allá,  y Romain Fornell, ya con carrera consolidada, decidieron tomar las riendas y darle a Casa Leopoldo una nueva oportunidad. Puesto que no he podido probar todavía la oferta completa de este nuevo Leopoldo, me limitaré únicamente a narrar lo comido y lo bebido…por ahora.

Casa leopoldo tartare

 

Dado que la premisa de ambos chefs es acercar la cocina tradicional catalana al público en general, local y foráneo, han ideado un menú a precio cerrado (32’95 euros),  cambiante, y formado por tapas clásicas, platos para compartir, recetas de siempre como el  rabo de toro, los fideos a la cazuela, las albóndigas con sepia, los arroces, el fricandó, etc.

Casa leopoldo tomate y ventresca

Nosotros empezamos con el jamón ibérico y la coca untada con tomate más un cava Torelló, a pie de barra. Acto seguido, pasamos a uno de los comedores en la planta baja donde probamos su croquetas de jamón y sus calamares a la andaluza, siempre apetecibles, y una ensalada de tomates y ventresca que cerró el apartado entrantes.  Llegó un  tartare de ternera que, aunque bien cortado y condimentado,  tenía un  extraño halo de desubicación en una carta que enarbola otra bandera. Como si se hubiera equivocado de manifestación.

Casa leopoldo cap i pota Carvalho

El cap i pota Carvalho estuvo bien, pero para mi gusto fue el “rabo de toro” (de vaca, seguramente)  quien mereció ovación y vuelta al ruedo, a diferencia del bacalao en sanfaina al que le faltó jugosidad porque no había reposado lo suficiente dentro de la marea de hortalizas veraniegas. Se limitaba a ser una simple superposición de pescado sobre cama vegetal.

Casa leopoldo bacalao sanfaina

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La crema catalana y el tortell tenían aquel punto nostálgico de “postre de San Josep” o de domingo en familia que hizo que la comida, bien estructurada,  estuviera acorde con las pretensiones de los chefs. El Blanc Tranquille Torelló y Mas Donis Garnatxa acompañaron conversación y comida, aunque sin el “café, copa y puro “que tanto gustaban al maestro de Manolo, el gran Luján. Son otros tiempos.

Casa Leopoldo

C/San Rafael, 24.

Barcelona

Horario: de 13 a 16 h. y de 19 a 23. H. Todos los días.

Telf.: 934413014

Precio medio a la carta: 35 euros.

 


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Por Ines Butrón
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