L’Hostal de la Plaça ha cambiado en estos 30 años. También Cabrils, también yo. De hecho, han pasado tres décadas, dos hijos y varios trabajos desde aquel día en que, un poco hambrienta y algo más asustada, busqué un lugar donde comer en un pueblo que no conocía. Era una jovecísima maestra, novata y perdida, que necesitaba reconfortarse y comer, o viceversa. Los niños de aquel pequeño pueblo del Maresme volvían a casa para comer, quizás en alguna de aquellas de paredes blancas y grandes buganvillas que se encaramaban por entre las callejuelas desde donde se veían los pinos, los cipreses y el mar. Pero yo encontré una plaza, una iglesia y un hostal, el Hostal de la Plaça. Me pareció cómodo, me pareció que olía a sopa de pescado y entré.
Con la primavera envolviéndolo todo, la antigua masía que ocupa el Hostal de la Plaça desde el siglo XVII era aún más amable. Por todas partes, surfinias, geranios, lirios, rojos rosales trepadores y algunas hortensias que alguien cuidaba con mimo me daban la bienvenida. Los demás trajinaban por el comedor con mucha prisa, acababan en la cocina un menú que tenía que salir puntual y perfecto para los clientes, los forasteros que ocupaban el hotel y el comedor, los vecinos y amigos que conocían las buenas mesas de este Maresme interior más desconocido, pero con un paisaje que atrapa como la hiedra que sube por las desconchadas paredes, guardian de una cocina que huye de afectamientos porque es deudora de una tradición a la que no quiere traicionar. Las horas del esfuerzo de otros no se tiran por la borda. Lo que la Dolorets creó en tiempos de penuria, su sudor y sus lágrimas han de permanecer siempre porque es lo que les mantiene en contacto con el suelo, con la realidad. De ahí que, esta vez, me abra la puerta el sucesor de aquella “dona amb empenta” que cogió las riendas de esta fonda y la convirtió en el hotel con encanto que es hoy en día, en el restaurante donde hoy me siento después de mucho tiempo. Un treintañero de una mirada muy azul, como el mar que atisbo en el horizonte, me saluda, afable. Aquel niño que debió ver la luz el mismo año en que yo andaba por su casa comiendo y preguntando el porqué de aquella fantástica sopa de rape es el anfitrión perfecto, profesional, hospitalario como la propia Dolorets, que al cel sia. Si el paso del tiempo nos da buenos frutos, bienvenidas sean todas las horas que ahora acumulo y rememoro.
Algunas cosas, pues, han crecido en esta treintena de años. La casa se ha ido haciendo mayor, que no vieja, los niños de entonces son ahora adultos, los adultos están a punto de traer al mundo nuevas generaciones, pero la sopa de pescado con pan, aquella tremenda sopa que me consoló el estómago en mi primer día de trabajo en un aula, aún está en la carta. Por eso yo llevo treinta años haciéndola como ellos me explicaron, y miro absorta por la ventana la plaza y su siesta tranquila, como la de aquel día.
La casa que nunca dejará de ser este Hostal de la Plaça tiene varios comedores, como corresponde a una antigua masía. Cada rincón es hoy en día un espacio distinto para grupos, familias, gentes que quieran venir a comer con la privacidad, el confort y la hospitalidad que un lugar como este ofrece. Me llama la atención este pequeño comedor donde se guarda “la fireta” , lo que debió ser el menaje de cocina de aquellas mujeres que luego se sentaban a comer en una mesa humilde, sin más decoración que un largo banco de madera.
No sé si quiero sentarme o ponerme a cocinar…. Otros comedores están pensados para pasar una buena jornada, siesta incluída:)
Hay también salones con grandes mesas redondas y sillas tapizadas en terciopelo, todo en perfecto estado de revista, ventanas por las que entra el sol, flores, y un azulón agradable en los detalles de estas puertas con cuarterones. Me gusta este buen gusto, este lujo que proviene del confort, de una forma de entender la vida que está ligada a un paisaje y unas gentes.
Nos sentamos a comer, sin embargo, en el comedor inferior, una buena manera de estar en el exterior, pero con cierto aire de refugio cálido.
Pedimos la carta. Está basada, principalmente, en platos reconocibles y reconocidos por sus fieles clientes, pero también apetitosos para aquel que busque una cocina no sujeta a tendencias, sino al paisaje y la estación. Resulta agradable ver una minuta confeccionada con platos que ya se servían en 1959, como la clásica ensalada catalana, o las judías del ganxet amb butifarra, recetas muy sencillas que, bien tratadas, apetecen siempre.
Nos miramos una carta que resulta de lo más tentadora: ¿Pedimos guisantes, huevos rotos, canelones, la pilota, tal vez un arroz? Artur, nuestro anfitrión nos ayuda a escoger y trae un vino de la zona:
!Demonios! Está fresco este vinito de Alella, es alegre y prepara para la fiesta. LLega el entrante: un pequeño chupito de remolacha con naranja:
Nos fijamos en la botella de agua de la casa, estupenda opción. Abrimos boca con una pasta casera rellena de verduras y pesto, un clásico de la casa que comparte espacio con unos sesos rebozados ( ¡mon Dieu!) o un foie mi cuit con gelée de Sauternes. Platos para sibaritas de todas las hornadas.
Este otro bocado es terriblemente delicioso y delicado: coca de bacalao confitado, verduras y mousse de kalamatas. Elegancia y buen gusto.
Pero en el Hostal de la Plaça no podían faltar los guisantes lágrima del Maresme con las butifarras negra y blanca. Pequeñas joyas de esta tierra.
Ni unas setas de primavera donde destacan las múrgules o colmenillas con un huevo a baja temperatura y un poco de foie. Sin comentarios:)
Como el pulpo es últimamente el rey, nos llega este plato al que yo, sin embargo, dejaría en una veda de varios años. Con todo, el plato, fetén. Parmentier perfecta.
Y llega, envuelto en vítores y aroma de éxito rotundo, un apoteósico arroz de espardenyes y rape. ¡Ovación y vuelta al ruedo!
Los postres son un último bocadito dulce que nos seduce, si no lo estábamos lo suficiente. !Ay! Esa crema de limón de la que no se te despega la cuchara, esa carrot cake de la que no quieres perderte una miga.
Nos cuesta dejar esta mesa. ¿Y mi sopa de pescado con pan? Otra vez será, seguro.
Mà. Lluïsa Codina Vidal
mayo 24, 2018 @ 12:59
Llàstima que acabo de dinar. Quin goig. Felicitats
Ines Butrón
mayo 24, 2018 @ 15:16
Moltes gracies, Mª Lluïsa,
Salutacions cordials,
Inés B.