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Biografía
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El Avenida Palace: desayuno con historias

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En El Avenida Palace transcurrieron nuestras primeras horas de aquel año de finales de los 80. Sentados en la barra que ahora observo a mi derecha, unos intrusos en capilla bebían champagne ignorando, entre otras muchas cosas llamadas a cambiar para siempre, que aquel espumoso sería rebautizado  como cava y los hoteles de Barcelona crecerían y se multiplicarían por mandato casi divino. En aquella Nochevieja desangelada- toda la vida canalla y noctámbula se concentraba de Ramblas hacia abajo-  solo los huéspedes de El Avenida Palace ocupaban aquel espacio que nosotros invadíamos con descaro y sin maletas. Terreno vedado, que no prohibido, los hoteles de Barcelona pertenecían a los viajeros y a los elegidos. Quién sabe si mi taburete no había acogido los gloriosos muslos de Ava Gadner o de Liza Minnelli , quien,  además bajaría con  sus  cabareteros  aires  tristes la escalinata belle époque del lobby. Quién sabe si Hemingway no dio el pistoletazo de salida a alguna novela en aquel mismo lugar antes de dárselo a sí mismo, si el varonil Antony Queen no gritó !Viva Zapata! tras pedir el último margarita de la noche o a algún Beatles de los que aparecen en estas fotos cayó rendido antes los ojos de una minifaldera de Sarrià.

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Más de treinta años después, El Avenida Palace nos acoge hoy, en este 8 de marzo en que las mujeres se han  puesto en pie – que no de guerra- para empezar el día con un buen desayuno, pues antes de esa primera ingesta del día, una servidora no es ni fémina, ni persona. Pero antes nos damos un paseo histórico por este clásico hotel de la Gran Vía barcelonesa, charlamos con su director y con el propio hijo de su fundador, el señor Gaspart, quien nos saluda mirando con ojos nostálgicos el retrato de su padre que figura en la pared.

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Tras sus primeros pasos como cine Ideal, las antiguas fotografías  nos indican que estamos sobre el lugar que ocupó aquel gran clásico de la restauración catalana de principios del XX  de la que tanto  y bien escribió Néstor Luján, el salón de té y restaurante Casa Llibre, construido por el arquitecto Enric Sagnier según los cánones estéticos de una burguesía catalana afrancesada que sacaba brillo y esplendor a una ciudad mediterránea con salones de tronío y escalinatas doradas que se traían especialmente desde París, un trocito del brillo de Versalles en una ciudad de claroscuros.

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Escalón a escalón,  esta deslumbrante entrada llegó desde la Ciudad de las Luces para la inauguración de este hotel en 1952, año en que los catalanes finiquitamos el  racionamiento de posguerra y saludamos a los portaaviones de la Sexta Flota a la espera de una segunda toma de Normandía en suelo patrio que nunca llegó. En el 52 abrió sus puertas y en el siglo XXI El Avenida Palace continua siendo un referente para la ciudad. Sus historias se mezclan con las mías, sus reformas y cambios atendiendo siempre a los parámetros de confort y modernidad, sin perder la familiaridad y cercanía tan propia de la mediterraneidad, son también los ejes sobre los que esta ciudad se ha ido construyendo. Mientras desayuno observo que el comedor es un pequeño microcosmos donde todo gira en torno al «Amor y huevos revueltos«: familias con niños, parejas de luna de miel o matrimonios de largo recorrido,  gentes de culturas varias, locales que decidieron disfrutar de un buen buffet matutino,  todos en ese estado de  relax, de quietud sobrevenida que da un buen desayuno de hotel.

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Desde mi mesa, continuo observando el afán del servicio por abrillantarlo todo, chafardeo quién prefiere un desayuno dulce, su edad y complexión,  quién se sirvió más bacon o hizo una inmersión en nuestra dieta mediterránea a base de  pan con tomate, aceite de oliva  y embutidos,  quien se apuntó a la tendencia vegana… Asumo mi deformación profesional de cronista de nuestros modos de comer y envidio esa alacena iluminada donde lucen las vajillas.

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Pero, finalmente, acabo mis huevos revueltos antes de que se enfríen y pruebo una pizquita de una esponjosa tarta coronada de un blanco y brillante glaseado. A punto de irme, no puedo evitar meter la nariz en la barra donde nos sentamos aquella Nochevieja y mirar al cielo que parece más luminoso que nunca.

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Por Ines Butrón
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