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Biografía

Cocinar era una práctica. Isabel González Turmo. Ediciones Trea

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Cocinar era un práctica. Transformación digital y cocina, escrito por la antropóloga social Isabel González Turmo es un  análisis imprescindible para cualquiera que esté realmente interesado en este mundo amplio, complejo y desquiciante  en  que se ha convertido la gastronomía en estas dos últimas décadas. Escrito con un estilo sintético, claro y, a la vez, dinámico, González Turmo se apoya en datos sólidos y contundentes, evidencias de un trabajo de campo que ha durado varias décadas para extraer  una  conclusión demoledora porque es la dolorosa negación de lo que todo el mundo, ingenuamente, cree. No, en este país no se cocina más ahora. Y yo añadiría, ni tampoco se lee más, razón por la cual las creencias que las redes y el mundo digital, en general, nos transmiten son literalmente falsas.

abuela chef

En este punto, me voy a permitir abrir un paréntesis para refrendar las opiniones de Isabel González por varias razones: en primer lugar, porque yo soy  unas de esas últimas “amas de casa” surgidas del baby boom de los 60, porque mi experiencia en el terreno culinario me ha permitido “hacer de mi necesidad virtud”, es decir, mi profesión actual está relacionada con la cocina, desde la práctica a su divulgación, y porque puedo asegurar a través de este conocimiento adquirido  – y las muchas conversaciones que mantengo a lo largo del día con mis congéneres femeninas, mayoritariamente – que el crecimiento de lo mediático y lo virtual en torno a la cocina es inversamente proporcional al uso real que se hace de ella, por muy tecnificada que esté. Lo único que sí me ha permitido – y agradezco- a  este boom del  falso glamour culinario es  que ha dotado a lo que siempre fue para mi una obligación  (reconozco que tal vez autoimpuesta) de un prestigio que nunca hubiera sido capaz de soñar, de modo que “bien está lo que bien acaba”.

Dicho esto, y volviendo al eje del libro, su tesis principal, es que no por mucho ruido que hagan las brillantes cazuelas mediáticas,  la cocina no ha  despertado entre nosotros con inusitado frenesí, muy al contrario, lo que se ha conseguido es desgajar del hecho alimentario, de su práctica, solo aquellas funciones sociales que vienen bien para el márqueting, luego, para la venta de determinados productos y valores. Alimentarse bien, nutrirse correctamente, primer mandamiento de cualquier cocinero/a, habitual o esporádico,  ha pasado a un segundo plano porque el foco está puesto ahora en el prestigio social de quien domina ese arte, en el placer que conlleva, obviamente, en la idea de pertenencia a un grupo social o étnico que se instala entre los comensales ( también incluye el rechazo a los otros) , o a la adhesión a una tendencia o estilo de vida. Cualquiera de estas funciones es mucho más poderosa que el simple hecho repetitivo, cansino y absolutamente necesario que el de organizar un menú diario medianamente saludable para unos y otros,  y la realidad imparable de la obesidad infantil española corrobora este hecho. El imaginario se impone de nuevo, pero en este siglo se le llama márqueting.

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En este libro que ahora reseño con la conciencia de pasar de soslayo por los muchos temas que la doctora González Turmo analiza hay verdades que me han, incluso, emocionado, quizás por esa cercanía vivencial  y generacional que comparto con las mujeres que son el poso de este libro y de la que  hablaba al principio, como la necesaria y olvidada trasmisión oral de la cultura gastronómica, portadora además de unos valores de confianza y ayuda mutua que tanto y tan bien han urdido las redes de mujeres en este país.

Un análisis antropológico, pues, necesario, crítico, realista, sólido, una mirada a la cocina como lo que es: un espejo de la sociedad que la crea y la difunde.

Añado uno de los fragmentos que con más entusiasmo he señalado, un texto que, sin afán de lirismo alguno, tiene, muy a su pesar,  una ciertas resonancias al libro Íntimas Suculencias de Laura Esquivel. También la literatura es un espejo de la sociedad que la crea y de ahí que todas las manifestaciones culturales acaben oliendo a puchero.

mujeres cocinando

 

Esclavas, aficionadas, forofas y satélites.

Hace solo veinte años muchas mujeres me decían, al entrevistarlas, que cocinar las mataba: tanto trabajar todos los días para que se lo comieran en un abrir y cerrar de ojos, sin decir ni mu. Incluso mi suegra, que era una mujer generosa que repetía sus especialidades para su numerosa familia, decía que, de tocarle la lotería, lo primero que haría sería contratar a una buena cocinera. Y no es que no le gustara cocinar. Le gustaba tanto como el cine, la literatura o la conversación, que era mucho. Lo que no le gustaba era la obligación. La cocina ha sido para las mujeres la inevitable tarea que había que repetir todos los días, varias veces, a gusto de varios y sin recibir un gesto de agradecimiento. Esa obligación que con frecuencia se autoimponen, limita sus horarios, las enclaustra y las somete a rutina. Esa cocina esclaviza. Millones de mujeres de todo el mundo siguen cocinando en estas circunstancias y con conciencia parecida.

Y, sin embargo, la cocina se ha convertido en el gran reclamo. Cocinar parece hoy una fiesta, una diversión, una fuente de prestigio. Cada vez hay más mujeres que se consideran aficionadas, incluso entre las que cocinan a diario, las que procuran aficionarse, aunque los hombres vayan más a la cocina. Siempre los hubo. Es cierto. En la cocina esporádica, de fin de semana y fiesta, de fuego y carne, o paella, de ensuciar mucho y limpiar poco.(…) Pero, al margen de quien cocine, el caso es que, con un lavado de cara, la cocina se ha vuelto atractiva. ¿quiere decir eso que se cocina más, que se cocina distinto? Creo que hay tendencia a contestar de forma automática que sí. Esa opinión es la que sostiene audiencia, redes y blogueros»


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Por Ines Butrón
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