Bar Torrente fue la recomendación de un amigo a quien, a su vez, otro amigo suyo le aconsejó como un buen lugar donde comer.  A ambos nos gusta recorrer «esos lugares» de los que hablaba la canción: bares, tascas, pequeños casas de comida, bodegas de barrio, tiendas con encanto, toda esa gastronomía  de base que nunca aparece  en la prensa ni en los blogs, pero a la que suele ir todo el mundo porque forma parte del tejido social de cualquier barrio, como bien sabe Alberto Moyano. Para quienes no lo sepan, Alberto es un abogado que ha llevado hasta las últimas consecuencias su eslogan de égalité, liberté, vermuté, es decir,  hasta las mismas puertas del consistorio barcelonés para defender que, ni todos somos turistas con el poderío económico de un crucerista,  ni todos nos conformamos con una ciudad que se copia a sí misma, gastronómicamente hablando, hasta dar la impresión de que uno está inmerso en un parque temático en el que no puede distinguir entre la fantasía y la realidad.

Comentamos con mi amigo que en Barcelona hay unas fronteras imaginarias , incluso después de las anexiones del XIX y el XX, que impide que los habitantes del Eixample traspasen la línea roja del Besós y El Llogregat , perdiéndose de este modo una realidad culinaria mucho más cercana, amable, urbana, una cocina sin «conceptos», «experiencias», «egochefs», un terreno bastante más realista que el que vemos proliferar por doquier en el centro de la ciudad  que, en su gran mayoría, no pretenden dejar  huella entre sus parroquianos con una comida honesta y asequible,  sino comerse las calles cuál jugador de Monopoli.  Incluso en barrios como el de Sant Andreu, con sus calles llenas de naranjos, coquetas plazas y  bares históricos como el gran y modernista Restaurante Bar  Versalles, sus pequeños comercios y su admirable vida cultural, a pocos minutos de cualquier céntrico lugar de la Ciutat Comtal,  algunos bares y restaurantes pasan desapercibidos para la gran masa de ciudadanos de estos lares. Quizás sea mejor así.

Por eso y por muchas otras razones que no viene a cuento, nos vamos a probar la oferta de Bar Torrente, un rincón que abrió en 1969, pero que ahora recupera un joven chef en una minúscula cocina con la simple pretensión de cocinar bien, ganarse la vida y vivir libre y dignamente, si eso es posible en esta profesión. Tienen un menú por menos de 11 euros! que es muy, muy correcto,  pero nosotros probamos a la carta el atún rojo marinado con sandía, muy sabroso y refrescante por menos de 7 euros el platillo, una ensalada que en invierno será de pera, escarola y queso azul , pero que en verano se nos sirvió con lechuga trocadero que aguanta menos la humedad del tomate escalivado que la acompañaba, el queso azul, algunas nueces y la naranja a trozos. Con todo, una sabrosa ensalada para empezar bien.

Lo mejor de Bar Torrente son, sin embargo, sus cazuelas, que es lo que distingue a un buen cocinero. Sin máquinas de bajas temperaturas ni nada que no sea la profesión, la experiencia y la intuición sabia probamos como ejemplo este bacalao con unos garbanzos ultramantecosos y unas albóndigas de cerdo con sepia. Hoy con un marcado sabor a melsa, a mar, y con menos tinta. Así es la cocina casera, depende de cómo llegue el producto.  Ambos platillos son de 12 euros, pero bien pueden ser platos en mayúsculas.

Junto con el postre  que nos zampamos y este vino de la DO Somontano, un punto afrutado, la cuenta ascendió a 67 euros. Lo dimos por bien pagado, habida cuenta de que todo era tan suculento como nos habían asegurado.

Por cierto, para almorzar tenéis una buena cantidad de bocadillos con los que empezar bien el día.

Bar Torrente

C/Perellada 28

Barcelona