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Biografía
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Comer y Viajar: pequeña ruta por los pueblos de Alicante

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Alicante es, en este otoño que justo empieza a despuntar,  un refugio de luz y candor. Las gentes se despliegan bajo su cielo azulísimo carentes de toda inquina, preocupación, alejados de toda amenaza.  Estoy de nuevo aquí, obligada a olvidar, a cicatrizar, y a recitar versos de antiguos poetas renacentistas mientras paseo por la plaza del ayuntamiento y el casco viejo, extasiada,  el mar en  mi espalda, las balconadas sobre mi cabeza, las cúpulas añiles, la piedra desgastada bajo mis pies. Ausias March y el castillo de Santa Bárbara nos observan, nos tienen bajo su regazo:

Colguen les gents ab alegria festes,

lloant a Déu, entremesclant deports, places, carrers e delitables horts

sien cercats ab recont de grans gestes,

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El mercado de abastos tiene dos kioskos de turrones que flanquean la entrada. Mis infantiles navidades están ancladas en este rinconcito techado y adornado, dulcemente petrificadas. Me detengo a preguntar sobre las novedades que la modernidad ha introducido en esta amalgama comestible de miel, azúcar y almendra. Nada más ancestral, nada más humilde para convertir  los amargos tragos de la vida  en un recorrido más llevadero. Dentro,  las cestas de naranjas, las uvas de Vinalopó a punto de viajar hacia todos los rincones del mapa ibérico, el arroz bomba de Pego, el morisco cereal que crece en las el Parque Natural del Marjal, la mojama y las huevas de mújol, el aceite que acabará en nuestra maleta, la gamba roja  de la cercana Dènia, el negrito, un pez despellejado de su oscura funda que convive con ellas en el papel de feliz segundón,  la llampuga, el salmonete, els gatets y las fieras morenasla dorada salvaje, la morralla para los caldosos guisos y las sopetes de peix . Una fauna marina quizás pescada en las cercanías de los cabos y salientes de la Marina Alta y Baja por los pescadores de Dènia, Altea o Jàvea. Precisamente, vamos a empezar esta ruta por Alicante pisando las callejuelas de Altea y vamos a dejar que los alicantinos sigan su camino en paz.

IMG_0480 Siguiendo el camino de la costa, nos topamos con una provincia de pueblos acogedores, blanquísimos, abrigados por sierras interiores- de Bernia, de Montgó–  y apuntalados por cabos y salientes que van formando playitas y rincones donde el mar está hoy más plateado que nunca, vació ya del alboroto del estío, con rayos de sol tibio sobre su superficie, solas ya las piedras con sus meditaciones.

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Altea tiene casas que recorren cuestas empinadas, que empujan la vida bajo las faldas de un cura, como antaño, y también una placita bulliciosa al mediodía y un paseo donde, quienes vivieron en el frío, aprovechan sus días de senectud y canas para ver cómo el Mediterráneo es el mar de los encuentros, a pesar de los cadáveres y los plásticos que la moderna piratería siembra a su paso. Nos dejamos llevar por la marea hambrienta y acabamos sentándonos con lugareños y un grupo de amigos de Albacete que comen pescado frito  como debe ser: con las manos, resoplando, rechupeteando espinas, y un arroz de espinacas y boquerones. ¡Vive Dios! Este menú es un logro de la naturaleza y de la sabia dieta mediterránea.

Altea pueblo

 

Nosotros probamos el arroz a banda y comemos con cuchara y sin plato. Allí donde fueres…. El arroz es seco, el trato amable y la paellera de hierro.

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Altea

Alicante es, en este primer bocado, una amable mesa con mantel de cuadros,  un  vino de la tierra para las treguas del devenir diario, salitre y paz.

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Camino a Dènia, declarada por la Unesco  Ciudad Creativa de la Gastronomía ( sede, además,  de un interesante fórum gastronómico en tiempos en que hay que buscar el correcto equilibrio entre territorio, sostenibilidad y turismo) los cabos de San Antonio y la Nao jalonan el trayecto, como apuntalando los recovecos de agua y tierra donde tantos pobladores han hecho de este lugar de la provincia de Alicante su hogar.  A un lado,  Jabea ( Xàbia),  y al otro, este precioso pueblo que fue Dāniya  en tiempos de Al-Andalus, ciudad puntera en el Renacimiento, con sus famosos astilleros y almadrabas, exportadora de la pasa en el Siglo XIX y, por encima de todo, ciudad de gusto exquisito que se refleja en sus antiguas casonas del  casco antiguo, en el pequeño museo etnográfico donde los pescadores tejen redes de recuerdos e, incluso,  en los bares y bodegas de la Calle Loreto donde algunas noches recalamos frente al convento de las Agustinas en busca de unos figatells o pequeñas bolas de carne picada mezclada con hígado de cerdo y redondeadas con mantellina para luego ser fritas en aceite de oliva de la zona.

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Casi todos los atardeceres, después de pasear por sus playas y la zona de Les Rotes, donde la arena de sus calas están  ahora sumidas en una largo letargo, nos acercamos hasta esta calle pequeña, bulliciosa, animada. Nos gusta empezar con platillos como  el espencat o ensalada de pimientos, los figatells o unas simples bledes  amb  tonyina i gambetes  ( acelgas con atún y gambitaspara acabar con un moscatel  de La Marina con pasas y naranja, resumen de lo que la tierra da y muestrario  inequívoco de la cocina más popular, alejada de los grandes restaurantes que le han dado fama internacional.

Denia Bodego calle Loreto

Figatells dènia

La noche transcurrirá en una antigua casa señorial hoy convertida en un hotel boutique. El Hotel Chamarel es una exquisita mezcla de piezas de arte contemporáneo con objetos de anticuario. Las habitaciones no han sido apenas retocadas- ¡no busquen el ascensor!- para que los huéspedes conozcan la vida más íntima de Dènia, aquella que transcurría entre la soledad de un patio fresco con olor a azahar. Desde nuestra habitación abuhardillada vemos a Canelita, una gata de angora y a sus otros compañeros felinos intentando atrapar a los peces que viven en el estanque del patio, a los niños que desayunan en la gran mesa central, entre plantas y murmullo de agua, y a lo lejos se oye el trajín de la cafetería que es, a su vez, la sala donde por las noches algún grupo de jazz ameniza las veladas.

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Es imposible no sumergirse en este Alicante íntimo, poco expuesto a las cámaras del turismo habitual, aquel que apenas se deja tentar por las historias cotidianas. Y, sin embargo,  quedamos atrapados para siempre: pongo a la luna por testigo de esta promesa que hoy te susurro.

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Cuando el día despunta, vamos al mercado y al puerto, siempre en permanente ebullición. Entramos en un pequeño museo dedicado a la pesca y, después, salimos hacia Les Rotes para disfrutar de este día luminoso y suave, como de terciopelo.

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Una barandilla ayuda al viajero que se asoma para ver en lontananza cabos y salientes, para observar pececillos formando círculos, tranquilos en su reserva marina, para dejarse seducir por el verde y el azul, para apoyar nuestro mapa que nos indica que al otro lado está Xàbia. ¡Y es día de mercado!

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Si quieres conocer un pueblo, pásate por sus mercadillos semanales, escucha y observa: huele las granadas de Elche, los higos, los boniatos, toca la cerámica de la zona y comparte una misteleta de Alicante en una terraza, ponte un sombrero de mimbre, cómete una mandarina mientras ojeas  pañuelos de colores…. Y quizás, después, entrarás en la bodega donde comprar el moscatel, la uva que llegó de Alejandría,  y el aceite de oliva de la variedad alfafarenca que, junto con otras  no autóctonas, conforman estos icono de la gastronomía alicantina.

Y tras nuestro paseo por el mercadillo, nuestro nuevo bodeguero de confianza nos regala una recomendación para ir a comer. La terraza está abierta y la plaza,  vacía. El sol se apoya en el arroz negro con sepionetes dándole  la luz que nos guía en viaje hacia el centro de la dieta mediterránea.

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Disfrutamos, nos gusta rastrear entre lo más genuino de la gastronomía de Alicante, así que, para empezar, habas secas aliñadas con ajo, aceite y ñoras, la legumbre más vieja de la cultura mediterránea, y de segundo,  atún con ajetes y puerro, buen aceite y un simple chorrito de vino blanco. No necesita nada más. Está jugoso, preparado con buen tiento, es cazuela humilde, sin trampa ni cartón.

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El postre lo dejamos para más tarde, cuando volvamos de Cala Barraca, o  después de esta siesta de un jueves al sol… ¿O quizás es viernes?

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Por Ines Butrón
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