La Catalista es lo que los franceses llaman con su habitual precisión «un bar à vins«, es decir, ese lugar donde uno va a probar, tomar, catar, saborear vinos en un ambiente cálido e informal, descubrir qué hay de nuevo en este apartado gastronómico del que tanto recelan algunos, intimidados por la mirada y el lenguaje de especialidad de enólogos, bodegueros y aficionados. Pero las chicas de La Catalista, que son muy ídem, nos proponen una cata casi a ciegas: ellas sirven, te dejas llevar, comentas lo que el paladar y la nariz te sugieran y, acto seguido, ellas aportan su saber y añaden lo que te apetezca saber sobre lo que se te acaba de servir. Digamos que el proceso es a la inversa a lo que sucede en la mayoría de los restaurantes.
En este reducto de chicas listas el cliente escoge el vino de entre una selección de bodegas y productores catalanes que encuentra en una carta tirando a corta, algunos de ellos con pequeñas producciones, orgánicos o no, pero siempre artesanales y de un espacio geográfico relativamente pequeño, y, a partir de ahí, se le sugiere un pequeño bocado para combinar con su elección. El orden se invierte, pues, el protagonista no es el plato maridado con, sino el vino acompañado de .
El resultado es un paseo por la Catalunya vinícola buscando aquellas pequeñas obras de arte que quedan ocultas por los grandes nombres del mundo vinícola, un Entre Copas a la catalana que comparto con una buena amiga que disfruta del vino y de la conversación, y con estas chicas, Erin Nixon y Laila Bazham, chef del Hawker45, que han encontrado en este pequeño rincón del Born el lugar donde dar rienda suelta a su pasión por lo que ellas llaman «vinos con corazón«. Ideal para charlar en un lugar íntimo, saborear una copa, o dos , y picotear mientras se pone en práctica aquello de In vino, veritas.
Empezamos con un cava 100% biodinámico, de L’Alt Penedès y un ceviche de atún con emulsión de kimchi, manzana, tarama y rábano picante. Hay que destacar esta constante en todos los platos de la chef, cuyas raíces gastronómicas son una fusión de influencias barasileñas-filipinas, inspiradoras de una cocina muy personal, sugerente, llena de matices.
Elegimos un salteado de setas con salsa tonatto, berros y flores comestibles. Maridamos con un vino ecológico del Garraf, con predominio del sumoll.
Un curioso bocadillo de botifarra que acaba de llegar a la carta. Incluye huevo de codorniz frito, trompetes de la mort y col. El pan de molde no podía sostener el peso de la butifarra, a pesar de resultar muy sabroso.
Un garnacha blanca, ecológico, de la Terra Alta, elegante y lleno de fragancias lo acompaña.
Unos canelones, cualquiera que sean sus infinitos rellenos, es algo que siempre resulta tentador. En este caso llevaban salsa de bechamel tocada por un leve sabor a pimiento de piquillo y evidente añadido de un mole picante. La carne a la barbacoa que lo rellenaba no es tan melosa como la de un rustido clásico, tiende a ser deshilachada y menos untuosa. Hay que tener en cuenta este detalle a la hora de pedir. Lo comemos junto a una copa de un caldo del Priorato que mezcla Cariñena del Montsant, Garnacha y Cabernet Sauvignon.
Un platillo para compartir de lo más sabroso: bombas de calamar, patata y anguila servidas con jengibre confitado. Un acierto total. Repetimos ambos vinos hasta el final de la comida que acabará con un postre de los más tradicionales: galleta con helado de chocolate con leche. Nada más simple, nada más goloso.
