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Biografía
Cuand el pan era negro

Cuando el pan era negro. Recetas de los años del hambre en Extremadura. David Conde Caballero y Lorenzo Mariano Juarez. Universidad de Extremadura

Cuando el pan era negro

Este libro que ahora tengo, por fin, entre mis manos lo he devorado como si de un chusco negro se tratara. Una lectura necesaria, como lo es la memoria histórica en su conjunto, que recoge los testimonios de los extremeños que sufrieron  esa gran hambruna que la posguerra les dejó como legado tras el conflicto bélico.

Sus autores, antropólogos de la alimentación, creyeron oportuno condensar la tesis “Tiempos sin pan. Una etnografia del hambre de posguerra en Extremadura”, de David Conde, única aproximación al hambre en España desde una perspectiva culturalista, en un libro, de manera que fuera igualmente riguroso, pero en un registro menos académico y más divulgativo. De ahí que estas páginas contengan interesantes reflexiones para posibles investigadores futuros sobre “los sentidos culturales del hambre, las prácticas y las experiencias de los grupos y sociedades que sufrieron la falta de alimentos(…), durante mucho tiempo considerados la antítesis de la cultura”(pag19), como recetas recogidas de propia voz por sus propios hacedores y que convierten este libro en algo más que un recetario al uso. Es una radiografía de una época y una “forma de estar/ser en el mundo” (pag23)

Los que en alguna ocasión hemos indagado sobre el hambre de posguerra sabemos que la hambruna de la década posterior al final de la contienda tuvo varios condicionantes. Los motivos de semejante escasez, comparables a los de cualquier otra gran hambruna mundial, fueron varios y no siempre productos del azar – malas cosechas, sequía, epidemias, falta de aperos y fertilizantes, etc- sino que se debieron a una urdedumbre de medidas conocidas con el nombre de Autarquía, entre las que se encontraba el racionamiento prolongado hasta el año 1952,  y que convertía a la población en dóciles súbditos. El hambre fue un arma más de control, adocenamiento y terror. Ante la posibilidad de morir de inanición o sobrevivir con una limosna alimenticia, aunque rayara la inmundicia, todo hombre “come y calla”. Se llega entonces, a esa sensación de “bestialidad”, de haber perdido la dignidad a la que hacen alusión muchos de los testimonios.

La sensación de deshumanización es constante ante un hambre feroz que les lleva a “pacer en el campo como bestias” ,buscando hierbas que aderezar con dos o tres pobres ingredientes,  o comer “bestias inmundas” como perros, lagartos, gatos o ratas. Este modo incivilizado de concebir la comida contribuyó al desmoronamiento moral y físico de la población. Traigo a colación una fragmento que me parece muy aclaratorio a este respecto:

Hablar de gastronomía del hambre es hablar también de esos tránsitos entre la cultura y la naturaleza, entre las fronteras de la civilización. Si comer define quienes somos, igualmente lo hace lo que no comemos, o lo que estamos dispuestos a comer si la situación así lo requiere. Comer ciertas cosas, siguen los antropólogos, supone rebasar las fronteras de lo que es ser persona”

La falta de alimentos, por otra parte, o la monotonía de algunos ingredientes- recuerdo en este momento el caso del latirismo relacionado con el abundante consumo de almortas-  provocó casi tantas muertes como durante la guerra, pero esta vez de forma indirecta, sin bala alguna, simplemente dejando que la desnutrición allanara el camino a la mortalidad infantil, a la de sus madres hambrientas y a la de miles de tullidos y miserables.

Para quienes lo lean con un cierto distanciamiento generacional, les advierto que el nudo en la garganta que van a sentir va a ser producto de la crudeza de la narración  y la  incredulidad que proporciona el haber disfrutado del bienestar socieconómico de estos cuarenta años anómalos en la historia de España. Los que aún tengan fresca en la memoria lo que vivieron o les narraron sus padres podrán corroborar que hay mucho por investigar aún sobre esta época negra como el pan de centeno y mucha admiración y respeto por impartir, cuando no simple justicia.

Receta del “Arroz de Franco” O “Arroz por cojones”

“Se ponía en una cazuela a calentar el aceite. Se echaban los ajos picados y el Arroz dejando que se friera. Luego se echaba el agua para que hirviera. Se dejaba hervir. Si tenías le podías echar laurel para que le diera algo de sabor. Había que removerlo para que no se quedara pegado”

 

Por otra parte, nada más lejos de la realidad si creen que estos retazos de historia se aplican únicamente a la región extremeña. Cualquier manchego, andaluz, murciano, e, incluso,  gallego,  puede sentirse reconocido. El hambre tuvo muchas caras y diferentes estrategias de huida en cada región,  lógicamente por los variados  productos de cada zona, del mismo modo que no era lo mismo morir de hambre en el campo que en la Ciudad. De hecho, a más de un barcelonés o madrileño le hubiera gustado, por lo menos, poder robar unes bellotas y un conejo el día que había suerte. Y muchos de esos ciudadanos sitiados buscaban subterfugios para ir intercambiar en los pueblos su última alhaja por unos huevos. Asimismo, los autores de este libro nos recuerdan cómo eran de distinta las comidas diarias según fuera la condición socieconómica entre los mismos habitantes del mundo rural. ¡También entre los pobres hay clases! Me ha parecido, en este sentido, muy interesantes las diferencias entre la comida de los “sin tierra”, jornaleros o pastores,  y los que aún gozaban de un pedacito donde cultivar lo propio.

En resumen, este un recetario del hambre, de la desesperada imaginación de los que las sufrieron y un recuerdo imprescindible para todos los que vivimos en la abundancia siempre pasajera.


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Por Ines Butrón
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