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Biografía
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Cecilia Díaz-Méndez e Isabel García- Espejo. El malestar con la alimentación. Ed. Trea

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Cecilia Díaz- Méndez e Isabel García- Espejo son integrantes del Grupo de investigación en sociología de la alimentación y coordinadoras de un libro que ilustra a través de diversos artículos una de las grandes paradojas actuales: El malestar con la alimentación. En una época en la que, tal y como expresan sus coordinadoras,  “posiblemente nos encontremos ante el sistema alimentario más seguro de la historia y con un abastecimiento tan fiable que incluso ha funcionado en momentos de crisis generalizada, como la reciente crisis sanitaria provocada por el Covid-19”, la alimentación está alcanzando tal grado de problematización que está muy lejos de ser un tema menor para convertirse en lo que ha sido siempre, el motor que mueve el mundo.

La comida es hoy más que nunca segura y abundante,  a pesar de las crisis y los posibles fraudes que la trazabilidad trata de detectar, pero no para todos los habitantes del planeta, ni todos tenemos la misma concepción de lo que debería ser una alimentación sostenible, justa, saludable, equitativa. El abanico de percepciones ante la comida y sus efectos se ha diversificado de forma nunca imaginable. Los consumidores, muy  a nuestro pesar, tomamos postura con nuestras elecciones alimentarias, no necesariamente  libres. Algunos , aunque se quiera cerrar los ojos ante la evidencia, nos hemos convertido en sujetos manipulables o, en el extremo opuesto, quizá como consecuencia de lo primero,  en activistas de un acto político,  en nuevos «actores sociales de un sistema alimentario» que deja abundantes  lagunas informativas  y  crea desiertos en muchas partes del planeta.

La desconfianza en nuestro sistema alimentario  en sociedades predominantemente urbanas crece a la par que nos alejamos del conocimiento profundo de los productos, de  la estructura socieconómica y cultural sobre el que se basa, de la raíz de la que emergen, de la tierra, en definitiva. Aunque el suministro esté garantizado, el número de consumidores que se muestran recelosos con los alimentos que genera esta organización del sistema alimentario globalizado es cada vez mayor. Los conflictos, ya sea entre individuos, voces aisladas que reclaman con sus propias elecciones  una alimentación consciente, o entre grupos organizados y activistas de nuevos modelos de  alimentación, surgen del propio entramado, del seno de  una compleja organización nacida en la era industrial aplicada a la alimentación. El ciudadano, destinatario cómodamente  nacido en la era de la abundancia, rara vez conoce el trasiego de un alimento desde  su punto de partida hasta el lineal donde lo adquiere, por mucha información- sesgada la mayor parte de las veces-, que aporte una etiqueta. Ni muchos menos las consecuencias sociopolíticas y culturales de un acto tan aparentemente inofensivo.

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Un bien esencial como la comida se ha convertido en las últimas décadas de libre comercio y competitividad máxima en una mercancía en la que intervienen la industria agroalimentaria, la mayoría de las veces grandes multinacionales que actúan a nivel global,  las redes de distribuidores, con toda la enorme logística que ello conlleva, las cadenas de compra-venta de los productos y, solo, al final, los consumidores sumergidos en un maremágnum de informaciones contradictorias, manipulado por campañas de márqueting que promueven tendencias alimentarias a través de la creación de imaginarios culturales, ilusiones con las que sazonar determinados productos y estilos de vida.

La conclusión, sin embargo, es que el desconocimiento de todo el proceso, desde que el alimento es cultivado, criado, alimentado,  hasta que llega al plato del comensal, su transformación,  las funciones de todos los agentes que han intervenido en esta cadena es enorme y genera temores, ya sea respecto a la salubridad del alimento, ya sea por las cuestiones morales/éticas- los partidarios del bienestar animal han contribuido a una estigmatización de la ganadería, muchas veces sin conocimiento del propio entorno- , por las consecuencias medioambientales negativas que produce o por la falta de equidad que este promueve  (léase los casos de los dos superalimentos promovidos por redes y campañas publicitarias como la quinoa o el aguacate y sus consecuencias en los lugares de origen).

En un mundo que puede alimentar sobradamente a todos sus habitantes siguen coexistiendo el hambre con el desperdicio, los  monocultivos devastadores del ecosistema en manos de unos pocos que compran toda la tierra para sus propios fines y agotan los escasos recursos naturales, con los pequeños agricultores que producen en desventaja alimentos que apenas llegan a los circuitos de comercialización, grandes granjas de animales estabulados que consumen enormes cantidades de forraje, con la consecuente utilización de hectáreas de tierra solo destinadas a este fin,  con pequeños ganaderos cada vez menos dotados de recursos para seguir subsistiendo en su entorno rural.

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El campo se muere, pero la ciudad no puede sobrevivir sin él. Decir que no es posible vivir sin  su despensa es una obviedad que no merecería la pena tener que recordar.   El consumo de animales se estigmatiza, pero estos son necesarios para una ganadería extensiva que regenere el ecosistema, lo haga productivo y, por ende, capaz de mantener a la población en su hábitat  evitando el abandono. La gran ilusión del ser humano de vencer al hambre ha muerto de éxito. Si el siglo de la industria, la ciencia, la tecnología  y el transporte puestos al servicio del hombre fueron las grandes esperanzas del XIX, el XXI recoge los frutos de una excesiva confianza en el poder del ser humano sobre la naturaleza. Y la naturaleza pasa factura.

La sostenibilidad, si antes no se degenera y tergiversa el término en manos de la publicidad para mayor gloria de chefs de alta cocina y sus marcas patrocinadoras,  es una urgencia, dado que los recursos naturales no son infinitos y dependen  para su multiplicación y mantenimiento de unos usos alimentarios distintos. La revolución verde de los siglos XIX y el XX alimentó y sacó de la pobreza a mucha gente que apenas trabajaba para autoabastecerse, pero el estallido de la abundancia a cualquier precio que trajeron las subvenciones de la UE para países como España y Portugal, aunque inicialmente fuera la panacea para el desarrollo del país, han resultado una perniciosa manera de favorecer a unos cuantos y despojar de lo necesario a la gran mayoría, amén de las variedades y del patrimonio cultural alimentario que se ha perdido por el camino a consecuencia de una agricultura y una ganadería intensiva cuya meta es meramente mercantil.

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Los desafíos de nuestra alimentación no son pocos: la sostenibilidad, tanto ambiental como económica, sociocultural o nutricional, la equidad en el reparto, el comercio justo, la transparencia de los implicados en la elaboración y transformación de los alimentos, la lucha contra la sobrealimentación en los países opulentos y la malnutrición/desnutrición en los subdesarrollados, la implicación de los gobiernos en  políticas institucionales que mantengan el campo vivo y productivo si tener que recurrir al turismo  rural como mejor postor, convirtiendo pueblos y aldeas en escenarios de cartón piedra de un pasado idealizado, la gobernanza alimentaria o el derecho de pueblos y naciones a decidir sobre su alimentación etc. Todos estos temas con  muchos ejemplos reales como el caso del Alentejo portugués,  cifras y datos empíricos  al respecto están descritos en estos artículos que  componen “El malestar de la alimentación” . Un libro de absoluta actualidad, de urgente reflexión y necesaria lectura para los que entienden la alimentación de una manera holística y no como una forma de ocio o un mero reclamo consumista.


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Por Ines Butrón
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