Estimado amigo Abraham, autor de Cassoles de Girona, y, desde ahora, divulgador de las cosas del comer:
Esta es la carta-reseña de una admiradora de la que usted sabe muy poca cosa -y viceversa-, porque de la única amistad que podemos presumir- de momento- es de la que hemos ido forjando a través de una cazuela virtual. Extraño elemento de unión este, a no ser que se pertenezca a una extraña raza de sujetos al borde de la extinción que cuentan el tiempo en horas de sofrito, de rustido o a golpes de mortero, refugiados en sus cocinas, hastiados de tanta carrera hacia una nada insípida.
Una servidora tiene también su historia personal con las cazuelas, pero al contrario que usted, Jaume Fàbrega o Pep Nogué, a quienes leo y admiro, yo nací por los pelos en su «pequeño país«. De hecho, yo no sé lo que es una «cuina pròpia«, porque me he ido apropiando de las herencias de unos y de otros sin firmar papel alguno, y le he dado a mi cocina los dominios fronterizos que me ha dado la gana. Entre el puchero, la escudella y el pot au feu forjé mi propio territorio. Todo me iba bien mientras supiera bien.
Pero, el reino de les cassoles i les picades tenían un no sé qué que enamoraba, una rauxa, un boig per tu, una tramuntana loca que se mezclaba con el levante tarifeño hasta hacer de mí una posesa, pecadora de una gula lujuriosa e inconfesable. Las Cazuelas, las «greixoneras» y las ollas de barro han sido siempre mi pasión. Fueron mi primer «ménage de cuisine» ( algo afrancesada sí estaba, qué le vamos a hacer) y con ellas conseguí que en un miserable pisito unos estudiantes que venían de otro principado encontraran un poquito de calor lejos de sus hogares.
Un fogón, una cazuela de barro y un teléfono fue todo lo que necesité para hacer de mi casa un hogar. Todas las dudas se resolvían en largas conversaciones con «el extranjero» que iban, naturalmente, a cobro revertido, en las que se trataban temas de prioridad absoluta a los 19 años: cómo sofreír cebolla, cuánto tiempo de cocción necesitan las habas, cómo se pica un hígado de rape, cómo sabré que el tall rodo de la llata está ya hecho, etc, etc. Yo anotaba en papeluchos lo que decía mi madre y el resto lo hacía con la ayuda de alguna intersección divina o de mi temeridad más absoluta. Pero, la verdad es que me fue bastante bien. Aún conservo al mismo novio de entonces!
Quemé, exploté y rompí cazuelas en medio de arroces de domingo, hice sopas memorables con sólo pan y cebolla, me atreví con las primeras fideuàs que había probado en Calafell, con los fideus a la cassola que hacía mi suegra de Calanda, con su punta de costilla en manteca y alguna salchicha sobrante, con los caracoles de mayo, bien picantes, los callos, los conejos y las setas. Se me llenó la casa de gente. Gente hambrienta que, a cambio de un plato de algo, me traían recetas que robaban del Hola! de los dentistas, tenía infiltradas en las peluquerías de barrio, en las bibliotecas, espiaba en los restaurantes- aún lo hago:)- , preguntaba, observaba en las tiendas donde había mestressas con pellizas y grandes monederos, «me hacía la tonta» en las pescaderías y los mercados (aún lo hago), y todo el mundo me iba aportando su granito de arena para que yo hiciera una cocina muy mía, muy charnega (entonces no existía el término fusión), muy suculenta, muy de cazuela.
Mi amor por las cazuelas es tal que un día me comí en Cadaquès un «suquet de cap roig» y a los 9 meses nació una niña muy morena. 21 años más tarde, hice el mismo suquet y a los 9 meses mi madre estaba en un tanatorio mientras yo picaba en un mortero, con el alma resquebrajada como una cazuela, un hígado de conejo con mucho ajo y pan frito para hacer un «conill a la bruta» a toda aquella gente que lloraba en torno a su mesa. Una última cazuela muy negra y espesa.
Una lástima, S. Abraham, no haber podido contar con usted y toda su sabiduría cazuelera que está presente en este bello libro durante aquellos largos años de aprendizaje, de errores, de descubrimientos a «fuego lento». Leyéndolo, no puedo, sino darle las gracias por su regalo. Ahora estará para siempre junto a mi caja de recetas y en forma de esta carta/reseña que no sé si acabar en un su propia lengua, ya que su cocina ya me la he comido y ahora ya forma parte de mi ADN.
Molta sort! Segur que qualsevol dia ens retrobarem regirant cassoles per la Bisbal:)
Por cierto, aquí tenéis una entrevista con el autor de Cassoles de Girona. Él mismo os explicará más detalles de este magnífico libro, la historia, la documentación y el esfuerzo que conlleva una obra como esta y, sobre todo, su amor por la cocina tradicional.
http://femgirona.cat/gironaara/abraham-simon-ferre-cassoles-de-girona-cuina-tradicional-gironina/
Inés Butrón, a dos días de la Navidad del 2016.