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Biografía
Los recuerdos

¿A qué huelen los recuerdos? Marcas que dejan huella. F. Ruiz-Goseascoechea. Diábolo Ediciones

Sabemos desde hace tiempo que los olores nos retrotraen al pasado, nos despiertan con una nitidez inimaginable momentos que creíamos del todo olvidados y, sorprendentemente, salen a nuestro encuentro despertados por un aroma. Es una sensación tan potente o más como el efecto de la magdalena de Proust ( ahora, efecto Ratatouille) que nos devuelve los sabores de antaño mientras degustamos un plato o un ingrediente relegado de nuestra cotidianeidad, pero relevante en nuestro pasado. El olfato es, por esta razón, el motor de esta nueva obra que hoy reseñamos tras habernos sumergido, hace ya algún tiempo,  en los Sabores de la memoria de su autor:

Hablar del olor es reivindicar una capacidad esencial del ser humano desde el principio de los tiempos, aunque actualmente se ignora, se silencia y  se oculta. Como señala el periodista científico  argentino Federico Kukso en Odorama, tenemos una relación casi desodorizada con la historia. Los olores, además, se han ido denigrando desde hace miles de años, ocultando la pestilencia de los cuerpos en descomposición y el hedor de los muertos. con el paso del tiempo se fue ampliando el rechazo olfativo renegando del olor de los enemigos políticos, de otras razas, de otras religiones, de otras culturas; renegamos, al fin, del olor de lo diferente y hasta de lo desconocido» 

Efectivamente, Fernando Tiene buen  olfato, y una especial narrativa que se desliza entre el diario íntimo y la crónica de una generación a través de esta composición, collage o bodegón colorista   y olfativo de una «generación de narices» que salió del racionamiento  y los colchones con chinches a base de  Jabón Lagarto, mucha lejía Conejo y algo de  Zotal. Y es que,  como bien dice Fernando, después de conseguir lo necesario para comer, los españoles que salieron de entre los escombros estuvieron obsesionados con la limpieza y la desinfección, por lo que los capítulos – o marcas en los que subdivide el libro- empiezan con todo lo imaginable para dejar la casa como una patena y todo lo necesario para un buen aseo personal, desde enjuagues bucales, a colonias que hacían del hombre todo un Barón y un dandy. 

licor del polo

Sin embargo, no hay en esta loa al Norit, el Redoxon o Las pastillas del Sr. Andreu una nostalgia pegajosa como un Viks Vaporub, aunque sí mucho cariño, como a la madre que extendía ese ungüento sobre nuestro pecho . Los olores que se han ido,  y lo certificamos aquellos  que leemos todo esto con familiaridad,  también se han llevado por delante el insoportable hedor de las coronas mortuorias de un pequeño tanatorio de pueblo, la de los arenques envueltos en papel de periódico o   las coliflores pestilentes que hervían en las noches de invierno. Todo olor pasado no fue mejor, obviamente, pero puede ser un hilo fantástico  para estirar de esa madeja de vivencias que todo escritor tiene tras de sí, y una argucia literaria perfecta para arrastrar cómplices, compañeros de viaje, lectores, al fin.
Vim

 

Esta máquina del tiempo de Fernando se abre, pues, con un detonante fantástico y difícil. ¿Cómo describir algo intangible?,  ¿Cómo conseguir que lo cotidiano, lo accesorio, se convierta en algo tanto o más sugerente que los hechos históricos  que forman parte  ya de las hemerotecas de estas tres décadas en las que el país dio, quizás,  el mayor vuelco de su historia? Tiene, por qué no decirlo,  algo de mágico- de neurociencia no entiendo nada- de estremecedor, cuando nos recuerda el estraperlo de la penicilina, de enternecedor, cuando nos redirige la memoria al ese maletín médico de donde salía una enorme y aterradora jeringuilla.

jeringuilla

 

El lector, pues,  percibe ese aroma en la lectura,  queda como en suspenso temporal por unos segundos. Y eso, siempre es de agradecer en un mundo meteórico, implacable  y despiadado con el pasado, un universo donde todo es de usar y tirar, que ha construido contenedores  de residuos que no dejan huella, un incinerador de historias que otros, por suerte, rescatan.  Y, al hacerlo, nos salva a todos del olvido, que es el peor de los males de este siglo.

 


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Por Ines Butrón
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